Archivo diario: noviembre 7, 2018

Dedicación de la Basílica de Letrán – 9 de Noviembre

Introducción

 

Hoy recordamos la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, la catedral del Papa como Obispo de Roma, erigida por Constantino, que fue durante siglos la residencia habitual de los Papas. Aun hoy, aunque reside en el Vaticano, el día del Jueves Santo, el Papa preside cada año la Eucaristía en San Juan de Letrán, con el lavatorio de los pies.

 

Esta basílica es símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas con Roma: se llama “madre de todas las Iglesias”, y por eso celebramos esta fiesta en todo el mundo. Es una manera de recordar que todos estamos unidos por una misma fe y que la Iglesia de Roma, la Iglesia del apóstol Pedro, es un punto de referencia fundamental de nuestra fe.

 

Hoy se podría comenzar la Eucaristía con la aspersión bautismal, en relación con el tema del agua de la primera lectura, y luego cantar el Credo, el símbolo de nuestra fe, que nos une con la Iglesia esparcida por el mundo, con su centro en Roma.

 

Las lecturas de hoy nos presentan un mosaico de imágenes de lo que es la Iglesia: el agua que brota del templo, el edificio que se construye sobre Cristo, el templo de Dios y morada de Espíritu (todos somos edificio de Dios), el templo que somos cada uno de nosotros, el templo que hay que defender como casa de oración (y que no se convierta en un Mercado, como la escena del evangelio), el Cuerpo de Cristo, que será reedificado al tercer día…

 

Pero nos podríamos fijar en la primera imagen, el agua que debería manar de la Iglesia, comunidad de Jesús, para sanear y llenar de vida el mundo.

 

Ezequiel ve el agua que brota del Templo. En realidad es la salvación que mana de Dios, pero Dios manifiesta sacramentalmente su presencia por medio del Templo. Esa agua baja por la laderas, sanea lo que encuentra a su paso y allí por donde pasa todo queda lleno de vida, de peces abundantes, de árboles frutales con ricas cosechas y hojas medicinales. Es como volver a la vida que daban al paraíso del Edén sus cuatros ríos. También el Apocalipsis, en su pagina final de la historia, vuelve a presentar la misma visión: “Un rio de agua de vida que brota del trono de Dios y del Cordero, que da vida a los árboles y hace medicinales sus hojas” (Ap 22,1-2).

 

¿Qué es esta agua? El simbolismo de este valioso elemento es muy rico. Pero en el evangelio, el agua es sobre todo Cristo Jesús, come él mismo indica a la samaritana junto el pozo, donde ambos habían ido en busca de agua. O también es su Espíritu, como en otra ocasión afirma el evangelista: “De su seno correrán ríos de agua viva: esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” (Jn 8,38).

 

Dios da a la humanidad sedienta y reseca el Agua de Cristo y del Espíritu. Ahora el signo visible de esa gracia que emana de Dios para el mundo es la Iglesia, la comunidad de Jesús y del Espíritu.

 

Para los Israelitas, y para los forasteros que acudían, el Templo de Jerusalén era el punto de referencia obligado de la salvación de Dios y del culto que le dedicaban los creyentes. Ahora ese signo debería ser la comunidad cristiana, en el mundo, en una diócesis, en una parroquia.

 

De alguna manera, el sentido de esta agua vivificante está como condensado sacramentalmente en sus templos y en su liturgia: una iglesia en medio del pueblo o del barrio, con su campanario, como su lugar de reunión y oración para los creyentes y como recordatorio de valores superiores para los demás. En esos edificios –a los que llamamos igual que a la comunidad “iglesia”– es donde la comunidad puede celebrar el sacramento del Bautismo, pero también los demás sacramentos, que el Catecismo dice que emana de Cristo vivo y vivificante (CCE 1116).

 

Pero, sobre todo, es la comunidad de las personas, la que debe ser signo creíble de la vida de Dios, dentro y fuera de la celebración. Jesús, a través de su Iglesia, sigue concediendo su agua salvadora a toda la humanidad: son “aguas que manan del santuario” y debería cumplirse lo de que “habrá vida dondequiera que llegue la corriente.”

 

¿Mana también hoy, de las laderas de cada comunidad eclesial, agua para saciar la sequía del mundo, luz para iluminar su oscuridad, bálsamo de esperanza para curar sus heridas? La Iglesia, evangelizada, llena de la Buena Noticia, ¿se siente y actúa como evangelizadora, comunicadora de agua, de esperanza, de vida? ¿Puede llamarse “luz de las naciones”, sal y fermento y fuente de esperanza para toda la sociedad? ¿Da muestras de unidad interior –entorno a esa “catedral del mundo” que está en Roma– y de ímpetu misionero?

 

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