El profeta: un personaje incómodo
Introducción
Hay tribulaciones que llegan de improviso y sin quererlas, pero las hay también que son consecuencias de nuestras decisiones. Es el precio a pagar por quien acepta la difícil y poco gratificante misión del profeta: la persecución.
Aun las personas más simpáticas, por extraño que nos pueda parecer, cuando se hacen intérpretes del mensaje del Cielo pueden convertirse en irritantes, fastidiosas, insoportables para acabar siendo marginadas.
El pueblo nunca suele ensalzar a los profetas por largo tiempo y, menos aún, lo hacen quienes detentan el poder sea político o religioso. En un primer momento podrá ser apreciado por su preparación, inteligencia, integridad moral; muy pronto, sin embargo, será mirado con sospecha, evitado y perseguido.
Jesús ha sido claro con sus discípulos, no les ha prometido una vida fácil, nos les ha asegurado la aprobación y el consenso de los hombres
Les ha repetido con insistencia que la adhesión a su persona les acarrearía persecuciones: “No está el discípulo por encima del maestro ni el sirviente por encima de su señor. Si al dueño de la casa lo han llamado Belcebú, ¡cuánto más a los miembros de su casa!” (Mt 10,24-25). “Llegará un tiempo en que quien los mate pensará que está dando culto a Dios” (Jn 16,2).
Lamentando su pasado, Pablo reconocerá: “Yo soy el último entre los apóstoles y no merezco el título de apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios” (1 Cor 15,9). No obstante, declarará también de haberlo hecho “por celo santo” (cf. Fil 3,6), convencido de que estaba defendiendo a Dios y a la verdadera religión.
Podría suceder también hoy.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Tú eres, Señor, mi esperanza, mi confianza desde mi juventud”.