Archivo mensual: May 2020

Domingo de Pentecostés – 31 de mayo de 2020 – Año A

Esperanza de un mundo nuevo

 

Un video del p. Fernando Armellini con subtítulos en Español:

 

 

Un video doblado por p. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

Los fenómenos naturales que más impresionan la fantasía del hombre –el fuego, el relámpago, el huracán, el terremoto, los truenos (cf. Ex 19,16-19) son empleados en la Biblia para narrar las manifestaciones de Dios. También para presentar la efusión del Espíritu del Señor, los autores sagrados recurren a estas imágenes. Han dicho que el Espíritu es soplo de vida (cf. Gn 2,7), lluvia que riega la tierra y transforma el desierto en un jardín (cf. Is 32,15; 44,3), fuerza que da vida (cf. Ez 37,1-14), trueno del cielo, viento huracanado, fragor, lenguas como de fuego (Hch 2,1-3). Imágenes vigorosas todas que sugieren la idea de una incontenible explosión de fuerza.

 

A donde llega el Espíritu, acontecen cambios y transformaciones radicales: se desploman barreras, se abren las puertas de par en par, tiemblan todas las torres construidas por manos humanas y proyectadas por la “sabiduría de este mundo”, desaparece el miedo, la pasividad, el quietismo, surgen iniciativas y se toman decisiones audaces. 

 

Quien se siente insatisfecho y aspira a renovar el mundo y el hombre, puede contar con el Espíritu: nada resiste a su fuerza. Un día, el profeta Jeremías se ha preguntado en un momento de desconfianza: “¿Puede un etíope mudar de piel o una pantera de pelaje? ¿Podrán hacer el bien habituados como están a hacer el mal?” (Jer 13,23) Sí –se le puede responder– todo prodigio es posible allí donde irrumpe el Espíritu de Dios.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“El Espíritu del Señor llena el universo y renueva la faz de la tierra”.

 

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Categorías: Ciclo A

Ascensión del Señor – 24 de mayo de 2020 – Año A

Un modo diverso de estar cerca

 

Un video del p. Fernando Armellini con subtítulos en Español:

 

 

Un video doblado por p. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

¿Ha cambiado algo en la tierra con la entrada de Jesús en la gloria del Padre? Exteriormente, nada. La vida de la gente ha continuado a ser la misma de siempre: sembrar y cosechar, comerciar, construir casas, viajar, llorar, festejar, todo como antes. Tampoco los apóstoles se han beneficiado de ningún “descuento” respecto a los dramas y angustias experimentadas por los demás mortales. Sin embargo, algo increíblemente nuevo ha sucedido: una luz nueva ha sido proyectada sobre la existencia humana. 

 

En un día de niebla, cuando aparece el aparece de repente, las montañas, el mar, los campos, los árboles del bosque, los perfumes de las flores, el canto de los pájaros son los mismos, pero es diverso el modo de ver y percibir todo. Lo mismo ocurre a quien ha sido iluminado por la fe en Jesús ascendido al cielo: ve el mundo con ojos nuevos. Todo adquiere sentido, nada entristece, nada produce ya miedo. Por encima de las desventuras, las fatalidades, las miserias, los errores humanos, se vislumbra siempre al Señor que va construyendo su reino. 

 

Un ejemplo de esta perspectiva completamente nueva, podría ser el modo de considerar los años de la vida. Todos conocemos sin poder evitar a veces una sonrisa, a octogenarios que envidian a quienes tienen menos años que ellos, que se avergüenzan de su edad…es decir, que vuelven su mirada hacia el pasado en vez de hacia el futuro. La certeza de la Ascensión cambia totalmente esta perspectiva. Mientras transcurren los años, el cristiano tiene la satisfacción de ver acercarse el día del encuentro definitivo con Cristo. Está contento de haber vivido, no envidia a los jóvenes, los mira con ternura.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Los sufrimientos del momento presente no son nada comparados con la gloria futura que será revelada en nosotros”.

 

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Categorías: Ciclo A

Sexto Domingo de Pascua – 17 de mayo de 2020 – Año A

Sin el Espíritu, el Evangelio no es más que una doctrina

 

Un video del p. Fernando Armellini con subtítulos en Español:

 

 

Un video doblado por p. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

Solemos imaginar al Espíritu como algo invisible, intangible, todo lo opuesto a lo material. Este modo de entenderlo, sin embargo, no es bíblico. El Espíritu es muy real, es un soplo, un hálito potente. Dios es Espíritu en cuanto es fuerza arrolladora e incontenible, semejante al viento impetuoso. El sueño del hombre es llegar a ser partícipe de este Espíritu. 

 

Los rabinos enseñaban que existen en el hombre dos inclinaciones: una mala que nace al momento de la concepción y otra nueva que se manifiesta solamente a la edad de trece años. La mala inclinación ejercita su poder desde que el hombre es un embrión, pudiendo dominarlo hasta los setenta e incluso hasta los ochenta años. ¿Cómo resistirla? 

 

Los rabinos ofrecían esta sugerencia: “Dios ha creado la mala inclinación y ha creado la Torá, la Ley, como antídoto. Si los hombres se ocuparan de la Torá no caerán en su poder”. “Si una tentación despreciable les sale al encuentro, arrástrenla junto a la casa donde se estudia la Torá”. “Cuando se ocupan de la Torá sus malas inclinaciones se someten a su poder y no ustedes al poder del mal”. 

 

Se equivocaban. La Torá es como un código de señales: indica la dirección única, pero no mueve el vehículo. Esta tiene necesidad de una fuerza motriz que la lleve a destino. 

 

Jesús ha enseñado no solo “la vía”, ha comunicado su Espíritu, su fuerza para alcanzar la meta.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Crea en nosotros, Señor, un corazón nuevo, infunde en nosotros tu Espíritu Santo”.

 

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Categorías: Ciclo A

Quinto Domingo de Pascua – 10 de mayo de 2020 – Año A

Una sola vida, muchos modos de donarla

 

Un video del p. Fernando Armellini con subtítulos en Español:

 

 

Un video doblado por p. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

Una de las características de la comunidad primitiva, descrita en los Hechos de los Apóstoles, era la ausencia de clases, de títulos honoríficos, de un mayor prestigio o dignidad reconocidos y otorgados a algún miembro eminente. Todos los creyentes se trataban de igual a igual, ninguno se hacía llamar rabí, porque uno solo era el Maestro y ellos eran sus discípulos. Se consideraban hermanos y ninguno se arrogaba el título de padre pues en realidad sabían que tenían un Padre en los cielos (cf. Mt 23,8-10).

 

Ni siquiera conocían grados en la santidad. “Santos” era el título colectivo con que ellos gustaban designarse. Pablo dirige sus cartas “a todos los santos que viven en la ciudad de Filipo…” (Fil 1,1), “a los santos que están en Éfeso…” (cf. Ef 1,1), “a todos los que Dios amó y llamó a ser consagrados, que se encuentran en Roma…” (Rm 1,7). Sin embargo, una diferencia era reconocida y tenida en gran estima: la del ministerio, la del servicio que cada uno era llamado a ejercer en favor de los hermanos. 

 

El único Espíritu, recuerda Pablo a los Corintos, enriquece la comunidad con dones diversos y complementarios: “uno tiene el don de hablar con sabiduría, a otro se le da la fe, a éste se le da el don de sanaciones, a aquel realizar milagros, a uno el don de profecía, a otro el don de distinguir entre los espíritus falsos y el Espíritu verdadero, a éste hablar lenguas diversas, a aquel el don de interpretarlas” (1 Cor 12,7-11).

 

“Cada uno, como buen administrador de la multiforme gracia de Dios, ponga al servicio de los demás los dones recibidos” (1 Pe 4,10). Con esta iglesia ministerial, nacida de Cristo y “edificada sobre el fundamento de los apóstoles” (Ef 2,20), están llamadas a confrontarse nuestras Comunidades de hoy.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Que los dones que tú nos has dado no nos llenen de orgullo, sino de la voluntad de servir a los hermanos”.

 

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