Archivo mensual: agosto 2019

22º Domingo del Tiempo Ordinario, 1 de septiembre de 2019, Año C

Experimentar la alegría de Dios

es posible

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Estamos en una lujosa casa de campo de la alta burguesía de una gran ciudad del tercer mundo, una de esas metrópolis donde la miseria convive con el lujo y desperdicio más descarados. Al término de la fiesta de cumpleaños de la hija –brillante universitaria de 20 años– los padres ordenan a los sirvientes de arreglar el espacioso comedor. Sobre las mesas hay una gran cantidad de carne, arroz, patatas fritas, pasteles, tortas, entremeses: son las sobras del banquete.

 

¿Qué hacemos con todo esto?, pregunta el marido con embarazo. La esposa, que está llevando a la cocina una bandeja llena de vasos para lavar, se detiene un instante sorprendida y, como si se diera cuenta tarde del error cometido, sentencia: “Hemos invitado a la gente equivocada, a la que no tiene hambre”.

 

Tenemos miedo de que se nos acerquen los que tienen hambre, de que nos puedan contagiar su pobreza. Y sin embargo la fiesta de nuestra vida podría acabar en una amarga desilusión: sin saber qué hacer con los bienes que el Señor nos había dado para “dar de comer” a sus pobres.

 

¡Dichosos los convidados al banquete de bodas del Cordero!”, exclama el ángel del Apocalipsis (Ap 19,9). Pero a aquella fiesta solamente podrán participar los que se ha privado de todo para darlo a quienes tenían hambre. 

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“El pobre llama a la puerta para ofrecerme la oportunidad de experimentar la alegría de Dios”. 

 

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21º Domingo del Tiempo Ordinario – 25 de agosto de 2019 – Año C

Todos serán bienvenidos,

pero atentos a no llegar tarde

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

“Ensancha el espacio de tu tienda, despliega sin miedo tus lonas, alarga tus cuerdas, cava bien tus estacas porque te extenderás a derecha e izquierda” (Is 54,2-3). Esta es la invitación que el profeta dirige a Jerusalén encerrada en un apretado cerco de murallas. Se han terminado los tiempos de nacionalismos estrechos; se abren nuevos e ilimitados horizontes: la ciudad debe prepararse para recibir a todos los pueblos que vendrán a ella porque todos, no solo Israel, son herederos de las bendiciones prometidas a Abrahán.

 

La imagen empleada por el profeta es deliciosa, nos hace contemplar vívidamente a la humanidad entera de camino hacia el monte sobre el que se levanta Jerusalén. Allí el Señor ha preparado un “festín de manjares suculentos, un festín de vinos añejados, manjares deliciosas, vinos generosos” (Is 25,6).

 

Con otra imagen de la ciudad, el autor del Apocalipsis describe, en las últimas páginas de su libro, la gozosa conclusión de la turbulenta historia de la humanidad. Jerusalén, dice: “tiene una muralla grande y alta, con doce puertas y doce ángeles en las puertas. Al oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y al occidentes tres puertas” (Ap 21,12-13). La imagen es distinta pero el significado es el mismo: desde cualquier parte de donde procedan, todo hombre y mujer encontrarán las puertas de la ciudad abiertas de par en par para darles la bienvenida. 

 

El camino, sin embargo, hacia el banquete del reino de Dios no es un cómodo paseo. La senda es estrecha y la puerta –dice Jesús– es angosta y difícil de encontrar. Esta afirmación no contradice el mensaje optimista y gozoso de los profetas que anuncian la salvación universal, sino que pone en guardia contra la ilusión de quienes creen caminar por el camino justo cuando, por el contrario, andan perdidos por senderos que los están alejando de la meta. Todos llegarán finalmente a la meta, sí, pero no conviene llegar al final del banquete.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Te alabarán, Señor, todos los pueblos de la tierra”.

 

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XX Domingo del Tiempo Ordinario, 18 de Agosto de 2019, Año C

Un único destino aúna a los profetas

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Sorprende la facilidad, la rapidez con que el escepticismo, el descrédito y la irrisión logran enfriar los entusiasmos, apagar los ideales, hacer inocuas las enseñanzas más nobles. Hemos conocido a jóvenes quienes, movidos por una pasión sincera, se habían empeñado en construir un mundo nuevo y una iglesia más evangélica. Pocos años después, han amainado las banderas y renunciado a los sueños. Se han acomodado a la “respetabilidad” imperante, a lo que antes consideraban fútil, efímero, banal. ¿Por comodidad, por oportunismo? Algunos quizás sí, pero otros han renunciado con profunda amargura a impulsos y proyectos juveniles porque…se han dejado llevar, en primer lugar, del desaliento, y después de la resignación. No habían tenido en cuenta a la oposición, los conflictos, las dificultades y han terminado por tirar la toalla.

 

Quien se compromete con la comunidad, espera aprobación, alabanza, apoyo a las iniciativas que lleva adelante, aunque solo sea por el tiempo y la energía que dedica a sus compromisos. ¡Vana ilusión! Más pronto que tarde, tendrá que enfrentarse a críticas  malévolas, envidias, celos. Y todavía estamos en el ámbito de las normales incomprensiones y sinsabores. La cosa se complica seriamente cuando están en juego opciones eclesiales decisivas, adhesiones a nuevas perspectivas abiertas por el Concilio, propuestas evangélicas incompatibles con la lógica de este mundo. Entonces, la hostilidad se manifiesta abiertamente y va en crescendo: desde el insulto, a la marginación y hasta el linchamiento moral.

 

Quien se siente “agredido” de esta manera corre un serio riesgo de desanimarse y de poner en discusión los compromisos antes asumidos con tanta lucidez. La tentación de adecuarse a la mentalidad dominante, a lo políticamente correcto, a los principios y valores dictados por el sentido común, es casi irresistible. 

 

Jesús ha puesto en guardia a sus discípulos contra este peligro: “Si el mundo los odian, sepan que primero me odió a mí. Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya” (Jn 15,18). Ha tranquilizado sus ánimos perplejos y vacilantes, recordándoles que un destino común aúna, desde siempre, a todos los justos: “¡Ay de ustedes cuando todos los alaben! Del mismo modo los padres de ellos trataron a los falsos profetas (Lc 6,23.26).

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Que sea reconocida, Señor, la verdad de tus profetas”.

 

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Asunción de la Virgen María – 15 de agosto

El Señor de la vida ha hecho

grandes cosas por nosotros.

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

María es recordada por última vez en el Nuevo Testamento al comienzo del libro de Hechos: en la oración, rodeada por los apóstoles y la primera comunidad cristiana (Hechos 1,14). Entonces esta dulce y reservada mujer abandona la escena, silenciosa y discretamente lo mismo que al entrar. Desde entonces no sabemos nada de ella. Donde pasó los últimos años de su vida y cómo dejó esta tierra no se menciona en los textos canónicos. Muchas versiones de un solo tema: la Dormición de la Virgen María, se difundieron entre los cristianos a partir del siglo VI.

 

Estos textos apócrifos transmitieron una serie de noticias sobre los últimos días de María y sobre su muerte. Se trata de cuentos populares, en gran parte ficticios, cuyo núcleo original, sin embargo, se remonta al siglo II en torno a la iglesia madre de Jerusalén. Pero allí también encontramos información confiable.

 

Después de la Pascua, María, con toda probabilidad, vivió en Jerusalén, en el monte Sión, tal vez en la misma casa donde su hijo había celebrado la Última Cena con sus apóstoles. Llegó su hora de salir de este mundo –y aquí comienza el aspecto legendario de las historias apócrifas– apareció un mensajero celestial y le anunció su próxima salida. De las tierras más remotas, los apóstoles, milagrosamente transportados sobre las nubes, llegaron a su lecho, conversaron con ella tiernamente, permaneciendo a su lado hasta el momento en que Jesús, con una multitud de ángeles, vino a llevar su alma.

 

Acompañaron su cuerpo en una procesión al arroyo de Cedrón, y allí lo colocaron en una tumba cortada en la roca. Este es probablemente un detalle histórico. Desde el primer siglo, de hecho, su tumba, cerca de la gruta de Getsemaní, ha sido continuamente venerada. En el siglo cuarto, este sitio fue aislado de los demás y en este lugar se construyó una iglesia.

 

Tres días después de su entierro –y aquí las noticias legendarias se reanudan– Jesús aparece de nuevo para tomar también su cuerpo que los apóstoles habían seguido observando. Dio órdenes a los ángeles que la trajeran sobre las nubes y que los apóstoles la acompañaran. Las nubes se dirigían al este, al arco del paraíso y llegaban al reino de la luz. Entre las canciones de los ángeles y los aromas más deliciosos, la pusieron al lado del árbol de la vida.

 

Estos detalles ficticios, evidentemente, no tienen valor histórico, sin embargo, dan testimonio, a través de imágenes y símbolos, de la incipiente devoción del pueblo cristiano por la madre del Señor.

 

La reflexión de los creyentes sobre el destino de María después de la muerte siguió creciendo a lo largo de los siglos. Llevó a la creencia en su asunción y, el 1 de noviembre de 1950, vino la definición papal: «La Inmaculada Concepción Madre de Dios siempre Virgen, terminó el curso de su vida terrenal, fue asunta cuerpo y alma en la gloria celestial».

 

¿Qué significa este dogma? ¿Acaso es que el cuerpo de María no sufrió corrupción o que sólo ella y Jesús estarían en el cielo en carne y hueso, mientras que los demás estarían muertos y sólo con sus almas en el cielo, esperando la reunificación con sus cuerpos?

 

Esta visión ingenua de la Ascensión de Jesús y de la Asunción de María, además de ser un legado de la filosofía dualista griega y que contradice a la Biblia que considera al hombre como una unidad inseparable, es positivamente excluida por Pablo. Escribiendo a los Corintios, aclara que no es el cuerpo material el que resucita, sino «un cuerpo espiritual» (1 Cor 15,44).

 

El texto de la definición papal no habla de «asunta al cielo» –como si hubiera habido un cambio en el espacio o un «rapto» de su cuerpo de la tumba a la morada de Dios– sino que dice: «asunta a la gloria celestial”.

 

La «gloria celestial» no es un lugar, sino una nueva condición. María no fue a otro lugar, llevando con ella los frágiles restos que están destinados a volver al polvo. Ella no ha abandonado la comunidad de discípulos que continúan caminando como peregrinos en este mundo. Ella ha cambiado la manera de estar con ellos, como lo hizo su Hijo el día de Pascua.

 

María, la «sierva del Señor», se presenta hoy a todos los creyentes no como una privilegiada, sino como el modelo más excelente, como el signo del destino que espera a toda persona que cree «que la palabra del Señor se hará realidad» (Lc 1,45).

 

Las fuerzas de la vida y la muerte se enfrentan en un duelo dramático en el mundo. El dolor, la enfermedad, las debilidades de la vejez son las escaramuzas que anuncian el asalto final del temible dragón. Eventualmente, la lucha se convierte en unilateral y la muerte siempre agarra a su presa. ¿Acaso Dios, «amante de la vida», ve impasiblemente esta derrota de las criaturas en cuyo rostro se imprime su imagen? La respuesta a esta pregunta nos es dada hoy en María. En ella, estamos invitados a contemplar el triunfo del Dios de la vida.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«Oh Dios, amante de la vida, no abandonas a nadie en la tumba».

 

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