Archivo mensual: octubre 2013

Domingo 30 del Tiempo Ordinario – Año C (Oct 27, 2013)

El niño pequeño,
modelo del cristiano

Introducción

Un día algunas madres presentaban a Jesús sus niños para que los recibiera en sus brazos y los acariciara (Mc 10,13). Los discípulos que juzgaban inconveniente este gesto de demasiada familiaridad las trataban de mal modo y Jesús reacciona: “De los que son como ellos—dice—es el reino de los Dios”. El episodio se encuentra en los tres sinópticos, pero con una ligera y significativa variante. Mientras que Marcos y Mateo hablan de niños, Lucas dice que a Jesús le presentaban niños pequeños (Lc 18,15).

Si estos niños hubieran tenido algún detalle amoroso, podrían de alguna manera, haber “merecido” el amor de sus padres. Los recién nacidos solamente pueden recibir, gratuitamente. Los niños pequeños son puestos por Jesús como modelo de lo que uno debe ser delante de Dios. Están ubicados en las antípodas del fariseo que puede jactarse con orgullo del bien que ha hecho.

No se puede entrar en el reino de Dios—dice Jesús—si uno no se convierte en un niño pequeño, que no se dan cuenta de nada y necesitan que les den siempre de todo para seguir viviendo.

Desde el momento en que uno piensa que puede atribuirse a sí mismo cualquier obra buena, ya no es un niño pequeño y se auto-excluye del reino de Dios. “¿Qué tienes—dice Pablo—que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7).

Para interiorizar el mensaje podemos repetir:

“Has reservado, Señor, a los pequeños

el don del reino de los cielos”.

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Domingo 29 del Tiempo Ordinario – Año C (Oct 20, 2013)

ES DIFÍCIL, A VECES,
NO PERDER LA FE

Introducción

Un sabio del Antiguo Testamento resume así la esperanza acumulada durante la vida: “Fui joven, ya soy viejo: nunca he visto a un justo abandonado ni a su descendencia mendigando pan… Pues el Señor ama el derecho y no abandona a sus fieles, los protege siempre, pero la descendencia de los malvados, será exterminada” (Sal 37,25.28).

Bonitas palabras, pero ¿se pueden aceptar sin ninguna reserva? ¿Quién no conoce ejemplos que las contradicen? Hace un par de semanas escuchábamos a Habacuc lamentarse con Dios. En el país—decía—dominan los malvados y se cometen toda suerte de injusticias y tú, Señor, no intervienes.

Se encuentran en la Biblia muchas invocaciones a Dios para que intervenga cuando la vida sobre la tierra se vuelve intolerable. El salmista implora: “Tú lo has visto, Señor, no te calles. Dueño mío, no te quedes lejos. Despierta, levántate en mi juicio, en defensa de mi causa, Dios y Dueño mío” (Sal 35,22-23). En el Apocalipsis los mártires alzan su grito al Señor: “Señor santo y verdadero, ¿cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra sangre” (Ap 6,10).

¿Cómo es que Dios no responde siempre e inmediatamente a estas súplicas? Si, pudiendo, no pone fin a la injusticia ¿puede ser considerado inocente? ¿Cómo justifica Dios su silencio?

Para interiorizar el mensaje repetiremos:

“Aunque no siempre me de cuenta,

tu, Señor, me proteges a las sombras de tus alas”.

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Domingo 28 del Tiempo Ordinario – Año C (Oct 13, 2013)

DE LA SANACIÓN A LA FE

Introducción

Podemos correr el riesgo de reducir el mensaje del Evangelio de hoy a una lección de buenos modales, recordar de dar las gracias a quienes nos ayudan. El leproso Samaritano es presentado a veces como un modelo de gratitud y nada más. Interpretado de esta manera, la escena con la que concluye la historia—un grupo de personas inexplicablemente descorteses y un Jesús no muy contento—comunica más tristeza que alegría, mientras que cada página del Evangelio nos habla de alegría. El tema de este pasaje, por tanto, no es la gratitud.

Jesús se sorprende: un samaritano, un hereje, un no creyente, posee una visión teológica que los nueve judíos, hijos de su pueblo, educados en la fe y conocedores de las escrituras, no tuvieron. En el camino, los diez fueron conscientes de que Jesús era un sanador. Los guías espirituales de Israel estaban bien enterados. Dios había visitado a su pueblo y enviado a un profeta a la par de Eliseo. Hasta aquí, los diez leprosos estaban de acuerdo

Pero una nueva luz iluminó únicamente la mente y el corazón del samaritano: comprendió que Jesús era más que un curandero. Al quedar limpio, el leproso capturó el mensaje de Dios. Él, el hereje que no creía en los profetas, sorprendentemente había intuido que Dios había enviado a quien los profetas anunciaron: es Jesús—“abre los ojos de los ciegos, los sordos oyen, los cojos andan, los muertos resucitan a la vida y los leprosos quedan limpios” (Lc 7:22).

Es el primero en comprender verdaderamente que Dios no está lejos de los leprosos; no los rechaza ni se escapa. Jesús venía a decir a quienes habían institucionalizado, en nombre de Dios, la marginación de los leprosos: ¡Acaben con la religión que excluye, juzga y condena las personas impuras! En Jesús, el Señor se apareció en medio de ellos; Jesús los toca y los sana.

El mensaje de alegría es el siguiente: los impuros, los herejes, los marginados no están alejados de Dios, sino que llegan a él y a Cristo en primer lugar y de una manera más auténtica que los demás.

Para interiorizar el mensaje, que podemos repetir: «Haz, señor, que nuestra comunidad cristiana no margine a los leprosos, sino que los toque y los sane».

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Domingo 27 del Tiempo Ordinario – Año C (Oct 6, 2013)

ORACIÓN: reconocer a Dios
en nuestra historia

Introducción

La Biblia no dice que Abrahán haya entrado en un santuario para rezar, pero aun así es considerado no sólo como el padre de los creyentes, sino también el modelo del hombre que ora. Es necesario creer para orar, para creer uno necesita rezar. Toda su vida está marcada por la oración; comenzó a seguir a Dios sólo después de que oyó la palabra del Señor; dio pasos luego de recibir de su Dios una indicación sobre el camino.
Su historia está marcada por un constante diálogo con el señor: «El Señor dijo a Abrán: Vete… Entonces Abrán partió» (Gén 12,1.4). «Abrán recibió en una visión la Palabra del Señor… Abrán contestó: Señor, ¿de qué me sirven tus dotes si soy estéril?» (Gen 15:1.2) «El Señor se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré” (Gen 18:1-3). «Dios puso a prueba a Abrahán… y Abrahán respondió: Aquí me tienes» (Gén 22,1). Este diálogo ha alimentado la fe de Abrahán; le preparó para aceptar la voluntad de Dios. Le hizo creer en su amor a pesar de las apariencias en lo contrario.
Muchos acontecimientos de nuestra vida son enigmáticos, incomprensibles, ilógicos y parecen dar la razón a quien duda si Dios está presente en nuestra vida y nos acompaña en nuestra historia. Es en estos momentos que nuestra fe se pone a prueba y naturalmente clamamos y rogamos al Señor: «Escucha nuestra voz, atiende nuestro lamento». Dios siempre escucha nuestra voz aunque es difícil para nosotros percibir su voz. ¡Haz que escuchemos tu voz, Señor! es la invocación que debemos dirigirle. Abre nuestros corazones, ayúdanos a renunciar a nuestros deseos, valores, planes y haz que aceptemos los tuyos. Esta es la fe que salva.

Para interiorizar el mensaje podemos repetir: «Haz que escuchemos tu voz, Señor”.

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