La premura de dios que
es madre y padre
Introducción
La fe es frecuentemente sometida a dura prueba a causa de lo absurdo de algunas situaciones o acontecimientos que parecen demostrar la ausencia de Dios o al menos su desinterés por todo lo que ocurre en el mundo. Los salmistas se atreven a dirigir a Dios acusaciones casi blasfemas: “¿Por qué me has abandonado?” ¿Por qué estás ajeno a mi grito, al rugido de mis palabras” (Sal 22,2-3). ¿Hasta cuándo me olvidarás? ¿Eternamente”? (Sal 13,2).
Es lo que los místicos llaman la “noche oscura”, aquella en que toda certeza vacila y la esperanza se tambalea. Es el caso, cito solamente un ejemplo entre tantos, de Teresa de Lisieux quien, al final de su vida, oía en lo más íntimo una voz burlona que repetía: “Tú te crees que saldrás de las nubes que te envuelven. No, la muerte no te dará lo que esperas, sino una noche todavía más oscura, la noche de la nada”.
¿Qué siente Dios frente a nuestras angustias, nuestras dudas, nuestros tormentos? A estos interrogantes Dios responde con una pregunta: ¿Puede una madre olvidar a su criatura? Después, como dándose cuenta de que tampoco esta comparación llegar a exprimir su amor fiel y su premura por el hombre, añade: “Pero, aunque ella lo olvidase yo nunca me olvidaría de ti” (Is 49,15).
La imagen materna es eficaz y por esto se repite una y otra vez: “como un niño a quien consuela su madre, así yo los consolaré a ustedes” (Is 66,13). Es conmovedora la promesa del Eclesiástico: “Serás como un hijo del Altísimo, te amará más que tu propia madre” (Eclo 4,10).
Es difícil creer esto en ciertos momentos de la vida, pero un día nos convenceremos de que es verdad.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Estoy tranquilo y sereno como un niño pequeño en brazos de su madre”.