Archivo mensual: octubre 2019

Solemnidad de todos los santos – 1 de noviembre de 2019

Introducción

 

En el pasado, los santos han disfrutado de una tremenda popularidad: las iglesias estaban llenas de sus estatuas y recurrir a ellas era tal vez más común que acudir a Dios. Había un santo para camioneros, para estudiantes, para artículos perdidos, para enfermedades de los ojos e incluso para un dolor de garganta. Fueron considerados una especie de intermediarios que tenían la función de «suavizar» el impacto de un Dios considerado demasiado grande y demasiado lejos, un poco inaccesible y algo extraño a nuestros problemas.

 

Hoy la tendencia a recurrir al santo para pedirle a él o a ella que presente a Dios una solicitud se está desvaneciendo. Nos dirigimos cada vez más al Señor, directamente, con la confianza de los niños. Los santos, también María, son correctamente considerados como hermanas y hermanos que, con sus vidas, indican un camino para seguir a Cristo y nos invitan a rezar todo el tiempo, junto con ellos, al único Padre.

 

La palabra ‘santo’ indica la presencia en ciertas personas de una fuerza divina y benéfica que permite que uno se destaque, que se distancie de lo imperfecto, lo débil, lo efímero. Entre las personas que aparecieron en este mundo, solo Cristo ha poseído la plenitud de esta fuerza de bondad y solo él puede ser declarado santo, mientras cantamos en la Gloria: «Tú solo eres santo».

 

Pero nosotros también podemos elevarnos a él y ser partícipes de su santidad. Él vino al mundo para acompañarnos hacia la santidad de Dios, hacia el objetivo inalcanzable que nos ha mostrado: «Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).

 

Sus primeros discípulos fueron identificados por varios nombres. Se llamaban «galileos», «nazarenos» y en Antioquía, «cristianos». Se trataba de algunas denominaciones peyorativas: «galileos» era sinónimo de «insurgentes»; «nazarenos» se refería a la aldea despreciada de donde venía su maestro; «cristiano» significa «ungido», es decir, seguidores de un autodenominado «ungido del Señor» que terminó en la cruz.

 

Estos no fueron los títulos que emplearon entre ellos. Se calificaron a sí mismos como «hermanos», «creyentes», «los discípulos del Señor», «los perfectos», «personas del camino» y … «santos».

 

Pablo escribió sus cartas «a todos los santos que viven en la ciudad de Filipos …» (Fil 1,1); «A los santos que están en Éfeso …» (Ef 1,1); «A los santos y fieles hermanos y hermanas en Cristo que viven en Colosas …» (Col 1,2); «A todos los santos en toda Acaya» (2 Cor 1,1); «A todos los favoritos de Dios en Roma y que están llamados a ser santos …» (Rom 1,7). No escribió a los santos en el cielo, sino a personas reales que vivían en Filipos, Éfeso, Corinto, Colosas y Roma. Eran los santos.

 

Un santo es cada discípulo, ya sea que él o ella esté en el cielo con Cristo o que todavía viva como peregrino en esta tierra.

 

En los templos ortodoxos, los santos que están en el cielo están pintados a lo largo de las paredes a la altura de los ojos, de pie, como los resucitados mencionados por el vidente del Apocalipsis (Ap 7,9). Es la forma en que uno quiere recordar a todos los participantes en la celebración que los santos en el cielo, aunque pueden ser contemplados solo con los ojos de la fe, continúan viviendo junto a los santos de la tierra. Son parte de la comunidad llamada a dar gracias al Señor.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«Santo es tu familia, oh Señor, en el cielo y en la tierra».

 

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30º domingo del tiempo ordinario – 27 de octubre de 2019 – Año C

El niño pequeño, modelo del cristiano

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Un día algunas madres presentaban a Jesús sus niños para que los recibiera en sus brazos y los acariciara (Mc 10,13). Los discípulos que juzgaban inconveniente este gesto de demasiada familiaridad las trataban de mal modo y Jesús reacciona: “De los que son como ellos—dice—es el reino de los Dios”. El episodio se encuentra en los tres sinópticos, pero con una ligera y significativa variante. Mientras que Marcos y Mateo hablan de niños, Lucas dice que a Jesús le presentaban niños pequeños (Lc 18,15).

 

Si estos niños hubieran tenido algún detalle amoroso, podrían de alguna manera, haber “merecido” el amor de sus padres. Los recién nacidos solamente pueden recibir, gratuitamente. Los niños pequeños son puestos por Jesús como modelo de lo que uno debe ser delante de Dios. Están ubicados en las antípodas del fariseo que puede jactarse con orgullo del bien que ha hecho.

 

No se puede entrar en el reino de Dios—dice Jesús—si uno no se convierte en un niño pequeño, que no se dan cuenta de nada y necesitan que les den siempre de todo para seguir viviendo.

 

Desde el momento en que uno piensa que puede atribuirse a sí mismo cualquier obra buena, ya no es un niño pequeño y se auto-excluye del reino de Dios. “¿Qué tienes—dice Pablo—que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4,7).

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Has reservado, Señor, a los pequeños el don del reino de los cielos”.

 

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29º domingo del tiempo ordinario – 20 de octubre de 2019 – Año C

Es difícil, a veces, no perder la fe

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Un sabio del Antiguo Testamento resume así la esperanza acumulada durante la vida: “Fui joven, ya soy viejo: nunca he visto a un justo abandonado ni a su descendencia mendigando pan… Pues el Señor ama el derecho y no abandona a sus fieles, los protege siempre, pero la descendencia de los malvados, será exterminada” (Sal 37,25.28).

 

Bonitas palabras, pero ¿se pueden aceptar sin ninguna reserva? ¿Quién no conoce ejemplos que las contradicen? Hace un par de semanas escuchábamos a Habacuc lamentarse con Dios. En el país—decía—dominan los malvados y se cometen toda suerte de injusticias y tú, Señor, no intervienes.

 

Se encuentran en la Biblia muchas invocaciones a Dios para que intervenga cuando la vida sobre la tierra se vuelve intolerable. El salmista implora: “Tú lo has visto, Señor, no te calles. Dueño mío, no te quedes lejos. Despierta, levántate en mi juicio, en defensa de mi causa, Dios y Dueño mío” (Sal 35,22-23). En el Apocalipsis los mártires alzan su grito al Señor: “Señor santo y verdadero, ¿cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra sangre” (Ap 6,10).

 

¿Cómo es que Dios no responde siempre e inmediatamente a estas súplicas? Si, pudiendo, no pone fin a la injusticia ¿puede ser considerado inocente? ¿Cómo justifica Dios su silencio?

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Aunque no siempre me de cuenta, tu, Señor, me proteges a las sombras de tus alas”.

 

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28º domingo del tiempo ordinario – 13 de octubre de 2019 – Año C

De la sanación a la fe

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Podemos correr el riesgo de reducir el mensaje del Evangelio de hoy a una lección de buenos modales, recordar de dar las gracias a quienes nos ayudan. El leproso Samaritano es presentado a veces como un modelo de gratitud y nada más. Interpretado de esta manera, la escena con la que concluye la historia—un grupo de personas inexplicablemente descorteses y un Jesús no muy contento—comunica más tristeza que alegría, mientras que cada página del Evangelio nos habla de alegría. El tema de este pasaje, por tanto, no es la gratitud.

 

Jesús se sorprende: un samaritano, un hereje, un no creyente, posee una visión teológica que los nueve judíos, hijos de su pueblo, educados en la fe y conocedores de las escrituras, no tuvieron. En el camino, los diez fueron conscientes de que Jesús era un sanador. Los guías espirituales de Israel estaban bien enterados. Dios había visitado a su pueblo y enviado a un profeta a la par de Eliseo. Hasta aquí, los diez leprosos estaban de acuerdo.

 

Pero una nueva luz iluminó únicamente la mente y el corazón del samaritano: comprendió que Jesús era más que un curandero. Al quedar limpio, el leproso capturó el mensaje de Dios. Él, el hereje que no creía en los profetas, sorprendentemente había intuido que Dios había enviado a quien los profetas anunciaron: es Jesús—“abre los ojos de los ciegos, los sordos oyen, los cojos andan, los muertos resucitan a la vida y los leprosos quedan limpios” (Lc 7:22).

 

Es el primero en comprender verdaderamente que Dios no está lejos de los leprosos; no los rechaza ni se escapa. Jesús venía a decir a quienes habían institucionalizado, en nombre de Dios, la marginación de los leprosos: ¡Acaben con la religión que excluye, juzga y condena las personas impuras! En Jesús, el Señor se apareció en medio de ellos; Jesús los toca y los sana.

 

El mensaje de alegría es el siguiente: los impuros, los herejes, los marginados no están alejados de Dios, sino que llegan a él y a Cristo en primer lugar y de una manera más auténtica que los demás.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«Haz, señor, que nuestra comunidad cristiana no margine a los leprosos, sino que los toque y los sane».

 

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