De la Religión del templo
al culto del corazón
Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/tI_oc5nJ_wI
Introducción
Cuando se hace una referencia a la necesidad de renuncia, al autocontrol y al sacrificio, se nota con frecuencia en las caras de los que escuchan: estupor, sonrisas irónicas a veces, o gestos divertidos. Es una experiencia bastante embarazosa para el que habla, como también le ocurrió a Pablo en Cesárea. El procurador Romano había escuchado atentamente al Apóstol, pero cuando comenzó a hablarle de “justicia, de continencia y del juicio futuro”, lo interrumpió: “De momento, puedes retirarte; te llamaré en otra ocasión” (Hch 24,25).
En un mundo donde el éxito sonríe a los oportunistas, donde son admirados los que gozan de la vida, permitiéndose cualquier desenfreno y convirtiendo su poder en norma de justicia (cf. Sab 2,6-9), quien predica ciertos valores y propone decisiones comprometidas, corre el riesgo de no ser comprendido y de volverse impopular. Y, sin embargo, no es éste el único motivo por el que la ética cristiana es mirada con desconfianza o es tomada a risa.
Existe un error que, incluso los educadores con las mejores intenciones, cometen: hablar de obligaciones morales antes de haber hablado de Dios y de su amor, antes de haber dejado claro que él no es el aguafiestas de la felicidad del hombre, sino el Padre que quiere que sus hijos gocen de la plenitud de la vida. Este acercamiento erróneo tanto desde el punto de vista teológico como pedagógico, es la primera razón del rechazo de la moral cristiana.
Existe un segundo motivo: la hipocresía. Es la práctica religiosa inaceptablemente desligada del amor y de la justicia. Es el culto a Dios asociado a la atracción por el dinero y al rencor hacia el hermano; es el cumplimiento de ritos exteriores para acallar la conciencia. Las acciones litúrgicas son solo auténticas cuando celebran una vida conforme al evangelio. Las oraciones agradables a Dios son las que hacemos “elevando las manos a Dios con pureza de corazón, libres de enojos y discusiones” (1 Tim 2,8).
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“La práctica religiosa pura y sin mancha no está nunca separada del amor al hombre”.