Archivo mensual: febrero 2018

3er domingo de Cuaresma – 4 de marzo de 2018 – Año B

De la Religión del templo

al culto del corazón

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/tI_oc5nJ_wI

 

Introducción

 

Cuando se hace una referencia a la necesidad de renuncia, al autocontrol y al sacrificio, se nota con frecuencia en las caras de los que escuchan: estupor, sonrisas irónicas a veces, o gestos divertidos. Es una experiencia bastante embarazosa para el que habla, como también le ocurrió a Pablo en Cesárea. El procurador Romano había escuchado atentamente al Apóstol, pero cuando comenzó a hablarle de “justicia, de continencia y del juicio futuro”, lo interrumpió: “De momento, puedes retirarte; te llamaré en otra ocasión” (Hch 24,25).

 

En un mundo donde el éxito sonríe a los oportunistas, donde son admirados los que gozan de la vida, permitiéndose cualquier desenfreno y convirtiendo su poder en norma de justicia (cf. Sab 2,6-9), quien predica ciertos valores y propone decisiones comprometidas, corre el riesgo de no ser comprendido y de volverse impopular. Y, sin embargo, no es éste el único motivo por el que la ética cristiana es mirada con desconfianza o es tomada a risa.

 

Existe un error que, incluso los educadores con las mejores intenciones, cometen: hablar de obligaciones morales antes de haber hablado de Dios y de su amor, antes de haber dejado claro que él no es el aguafiestas de la felicidad del hombre, sino el Padre que quiere que sus hijos gocen de la plenitud de la vida. Este acercamiento erróneo tanto desde el punto de vista teológico como pedagógico, es la primera razón del rechazo de la moral cristiana.

 

Existe un segundo motivo: la hipocresía. Es la práctica religiosa inaceptablemente desligada del amor y de la justicia. Es el culto a Dios asociado a la atracción por el dinero y al rencor hacia el hermano; es el cumplimiento de ritos exteriores para acallar la conciencia. Las acciones litúrgicas son solo auténticas cuando celebran una vida conforme al evangelio. Las oraciones agradables a Dios son las que hacemos “elevando las manos a Dios con pureza de corazón, libres de enojos y discusiones” (1 Tim 2,8).

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“La práctica religiosa pura y sin mancha no está nunca separada del amor al hombre”.

 

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2º Domingo de Cuaresma – 25 de febrero de 2018 – Año B

También a Dios le gusta recibir regalos

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/2sUDR0rg3Kc

 

Introducción

 

Es siempre difícil y delicada la elección de un regalo, no solo porque presupone el conocimiento de los deseos, de las expectativas y, a veces, de los gustos extraños de la persona a quien va destinado el regalo sino, sobre todo, porque inconscientemente percibimos que con el regalo entregamos una parte de nosotros mismos.

 

Los más apetecidos no son los regalos costosos, sino aquellos que revelan el mayor compromiso personal de quien lo ofrece. Para el cumpleaños de su mujer, Clara, el virtuoso pianista, Robert Schumann, compuso el célebre Sueño y lo acompañó con una dedicatoria: “La pieza no se adecua a tus cualidades, pero expresa todo mi amor”. Era el corazón lo que entregaba Schumann a su mujer a través de la música.

 

A la persona amada estamos dispuestos a entregarle lo que más queremos. Abrahán amaba al Señor hasta tal punto de que llegó incluso a pensar ofrecerle su primogénito, el hijo que amaba más que a la misma vida.

 

Navidad es la fiesta del regalo. Intercambiamos regalos porque hemos comprendido que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a Hijo Único” (Jn 3,16), invitándonos, al mismo tiempo, a corresponder a su amor y convirtiéndonos a nosotros mismos en un don para nuestros hermanos. “Hemos conocido lo que es el amor en aquel que dio la vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16).

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“El Señor espera de mi un regalo: el don de mi vida a los hermanos”.

 

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Tiempo de CUARESMA

“Pasado el Sábado, al alba del primer día de la semana”… (Mt 28,1). Así comienza el relato de las manifestaciones del Resucitado en el día de Pascua. Por esto los cristianos han escogido para celebrar su fiesta seminal no el Sábado, como hacían los Judíos, sino al día siguiente, aquel que los Romanos llamaban día del sol. Muy pronto han comenzado a llamar de un modo nuevo a ese día: día del Señor. Se reunían para “partir el pan” (cf. Hech 20,6-12) y para repartir entre los hermanos necesitados lo que habían podido ahorrar durante la semana.

 

Al principio no existía la fiesta de Navidad ni las fiestas de la Virgen ni ninguna otra fiesta. Solamente existía la celebración semanal de la Resurrección del Señor. Pasadas algunas décadas, se sintió la necesidad de dedicar un día particular para conmemorar el acontecimiento más importante de la fe. Nació así la primera de las fiestas, la Pascua, el Domingo de los domingos, la Fiesta de las fiestas, algo así como la reina de todas las fiestas, de todos los domingos, de todos los días del año.

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1er Domingo de Cuaresma – 18 de febrero de 2018 – Año B

El Arco: De instrumento de guerra

a símbolo de paz

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/KsFcteYtyq0

 

Introducción

 

En los relatos mitológicos de los pueblos antiguos, aparecen con frecuencia divinidades que empuñan el arco, prontas a lanzar flechas contra los enemigos. También Israel cuando era golpeado por desventuras pensaba que el Señor, indignado a causa de los pecados del pueblo, había dirigido contra él su arco (cf. Lam 2,4).

 

Es una imagen arcaica, son rastros de una mentalidad pagana destinada a disolverse con el progresivo desvelarse del verdadero rostro de Dios, que no solo no tiene en la mano ningún arma para castigar, sino que ha jurado romper todo arco de guerra (cf. Zac 9,10).

 

El único arco es el desplegado en el cielo: no constituye una amenaza, sino une en un único, afectuoso abrazo, la bóveda celeste con la tierra y, sobre la tierra, a todos los pueblos.

 

“Contempla el arcoíris –exhortaba el Eclesiástico– y bendice a quien lo ha hecho” (Eclo 43,11).

 

Es la imagen serena de la respuesta de Dios al pecado del hombre: no el rostro airado sino una luz, dulce como una caricia; no la voz amenazadora, sino una sonrisa acogedora, dirigida a quien, alejándose del Señor, se ha ya infligido a sí mismo demasiado daño.

 

La ambivalencia del arco expresa una paradoja: la cólera de Dios no es otra cosa que su sonrisa y su severidad coincide con su ternura; la justicia es misericordia y, de su arco, no son lanzadas otras flechas que las del amor.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Alzo la mirada de mi pecado y descubro en el cielo el arcoíris”.

 

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