El Poder Divino
en la Palabra de un Hombre
Introducción
Hechos y palabras: para el hombre moderno parece que se contraponen; para los antiguos, sin embargo, la palabra era la materialización del pensamiento; no era viento sino cristalización de los sentimientos y de las emociones; no transmitía solamente ideas e información, sino que comunicaba la carga creadora o demoledora de quien la pronunciaba. Los ídolos no podían causar ni bien ni mal, porque –se decía– “tienen boca y no hablan” (Sal 115,5), mientras que el Señor, con su palabra, crea los cielos, “habla y todo existe” (Sal 33,6.9).
La palabra de Dios, que ha dado forma al universo y mantiene en la existencia tanto al cielo como a la tierra (cf. 2 P 3,5-7) ha venido al mundo, “se ha hecho carne” (Jn 1,14) y ha dado vista a los ciegos, ha hecho hablar a los mudos, puesto en pie a los cojos, ha ofrecido pan a los hambrientos, libertad a los prisioneros y alegría a quien tenía el corazón quebrantado. Ha transformado a la pecadora en discípula, al publicano deshonesto en apóstol, al jefe de los publicanos en hijo de Abrahán y a un bandido en el primero de los invitados al banquete del cielo.
Sacerdotes, padres y educadores cristianos se declaran frecuentemente desilusionados, se lamentan porque sus exhortaciones inspiradas en el Evangelio, parecen caer en el vacío o tener un impacto muy débil. ¿Ha quizás perdido la palabra del Señor—se preguntan—su eficacia? Si no cambia la mente y los corazones, si no hace germinar un mundo nuevo, no es palabra de Dios sino de los hombres. Es fácil equivocarse: uno puede predicar sobre sí mismo y las propias convicciones, convencidos de proclamar el evangelio. Las buenas exhortaciones, las llamadas de atención dictadas por el sentido común, la sabiduría de este mundo frecuentemente se revelan como útiles, pero nunca han producido prodigios; los milagros suceden solo si la palabra anunciada es aquella del Maestro.
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“Nosotros no nos predicamos a nosotros mismos sino la palabra de Cristo Señor”.