Archivo mensual: octubre 2021

Trigesimoprimer Domingo en Tiempo Ordinario – 31 de octubre de 2021 – Año B

¿Se Puede Controlar Al Corazón?

Un video del P. Fernando Armellini

con subtítulos en español y

doblado por el P. Alberto Rossa, cmf:

 

Subtítulos (elige ‘Español’): 

Subtítulos grabados: 

Doblado Español: 

Introducción

El faraón era el amado del dios Ra. Desde los tiempos más remotos, el dios Ra motivaba sus intervenciones a favor del soberano con la fórmula: «Por el amor que te tengo».

El Dios de Israel no conocía este sentimiento dulce y delicado. En los textos más antiguos de la Biblia a Dios se le atribuyen solo fuertes pasiones: se arrepiente, se indigna, se apesadumbra cf. (Gén 6,6-7), cultiva la inquebrantable lealtad del señor feudal hacia su vasallo, pero no el amor. Así se entiende que, presa del terror, los israelitas suplicaran a Moisés:     “Háblanos tú y te escucharemos; que no nos hable Dios que moriremos” (Éx 20,19).

Dios contempló la Creación y “vio que era bueno”, pero no se alude a una emoción de alegría; en sus alianzas con Noé y Abrahán, se buscaría en vano en el texto sagrado la afirmación porque los amaba como motivo de su elección. El Señor escucha el clamor de su pueblo oprimido en Egipto, se acuerda de su Alianza, mira, se preocupa (cf. Éx 2,23-25), pero incluso en esta ocasión no hay mención al amor. Israel se mostró reacio a atribuir al Señor el verbo ‘aheb (“amar”) debido a sus matices eróticos.

Oseas fue quien introdujo la imagen del afecto conyugal y, después de él, ninguna expresión de este amor, incluso las más atrevidas, fueron excluidas. Sirvió para expresar el afecto, las emociones, la ternura de Dios hacia el hombre: Se descubrió su amor por los patriarcas (cf. Dt 4,37). Reconoció a Abrahán como «su amigo» (cf. Is 41,8). Se le atribuyó el afecto visceral de un padre (cf. Sal 103,13) y el juramento: “Aunque se retiren los montes y vacilen las colinas, no te retiraré mi lealtad ni mi alianza de paz vacilará” (Is 54,10).

Solo después de tomar conciencia de este amor eterno y libre, Israel sintió la necesidad de corresponderlo y entendió que un Dios que te ama, sin condiciones, tiene derecho a exigir, incluso al corazón, lo que parece humanamente imposible: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber” (Prov 25,21).

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Solo el que ha entendido que Dios es Amor es capaz de amar”.

 

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Categorías: Ciclo B

Solemnidad de Todos Los Santos – 1 de noviembre de 2021

La Fiesta de Nuestra Familia

Un video del P. Fernando Armellini

con subtítulos en español y

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Introducción

En el pasado, los santos disfrutaron de una tremenda popularidad: las iglesias estaban llenas de sus estatuas y recurrir a ellas era tal vez más común que acudir a Dios. Había un santo para camioneros, otro para estudiantes, para artículos perdidos, para enfermedades de los ojos e incluso para un dolor de garganta. Fueron considerados una especie de intermediarios que tenían la función de ‘suavizar’ el impacto del pedido a un Dios considerado demasiado grande y demasiado lejano, un poco inaccesible y algo extraño a nuestros problemas.

Hoy la tendencia a recurrir al santo para pedirle a él o a ella que presente a Dios una solicitud se está desvaneciendo. Nos dirigimos cada vez más al Señor directamente, con la confianza de los niños. Los santos, también María, son correctamente considerados como hermanas y hermanos que, con sus vidas, trazan un camino para seguir a Cristo y nos invitan a rezar todo el tiempo, junto con ellos, al único Padre.

La palabra ‘santo’ indica la presencia en ciertas personas de una fuerza divina y benéfica que permite que se destaquen, que se distancien de lo imperfecto, lo débil, lo efímero. Entre las personas que aparecieron en este mundo, solo Cristo ha poseído la plenitud de esta fuerza de bondad y solo Él puede ser declarado santo mientras cantamos en el Gloria: “Solo Tú eres santo”. Pero nosotros también podemos elevarnos a Él y ser partícipes de su santidad. Él vino al mundo para llevarnos hacia la santidad de Dios, hacia el objetivo inalcanzable que nos ha mostrado: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

Sus primeros discípulos fueron identificados por varios nombres. Se llamaban ‘galileos’, ‘nazarenos’ y en Antioquía, ‘cristianos’. Se trataba de algunas denominaciones peyorativas: ‘galileos’ era sinónimo de ‘insurgentes’; ‘nazarenos’ se refería a la aldea despreciada de donde venía su Maestro; ‘cristiano’ significa ‘ungido’, es decir, seguidor de un autodenominado ‘ungido del Señor’ que terminó en la cruz. Estos no fueron los títulos que emplearon entre ellos. Se calificaron a sí mismos como ‘hermanos’, ‘creyentes’, ‘los discípulos del Señor’, ‘los perfectos’, ‘personas del camino’ y… ‘santos’.

Pablo escribió sus Cartas “a todos los santos que viven en la ciudad de Filipos …” (Fil 1,1); “A los santos que están en Éfeso …” (Ef 1,1); “A los santos y fieles hermanos y hermanas en Cristo que viven en Colosas …” (Col 1,2); “A todos los santos en toda Acaya” (2 Cor 1,1); “A todos los favoritos de Dios en Roma y que están llamados a ser santos …” (Rom 1,7). No escribió a los santos en el cielo sino a personas reales que vivían en Filipos, Éfeso, Corinto, Colosas y Roma. Eran los santos. Un santo es cada discípulo, ya sea que esté en el cielo con Cristo o que todavía viva como peregrino en esta tierra.

En los templos ortodoxos, los santos que están en el cielo están pintados a lo largo de las paredes a la altura de los ojos, de pie, como los resucitados mencionados por el vidente del Apocalipsis (Ap 7,9). Es la forma en que uno quiere recordar a todos cuantos participan en la celebración que los santos en el cielo, aunque pueden ser contemplados solo con los ojos de la fe, continúan viviendo junto a los santos de la tierra. Son parte de la comunidad llamada a dar gracias al Señor.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Santa es tu familia, oh Señor, en el cielo y en la tierra”.

 

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Categorías: Ciclo B

Conmemoración de Todos Los Fieles Difuntos – 2 de Noviembre

“Enséñanos, Señor,

a contar nuestros días”

Un video del P. Fernando Armellini

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Introducción

Salimos del seno materno y entramos en este mundo; después de la infancia hacemos nuestro ingreso en la adolescencia; la dejamos por la juventud, la juventud por la edad madura y la vejez. Finalmente, viene el momento de partir de este mundo al que nos hemos aficionado hasta tal punto de considerarlo morada definitiva y no quererlo abandonar más. Sin embargo, en esta tierra nuestra aspiración a la plenitud de la alegría y la vida se ve continuamente frustrada.

Cuando consideramos con desencanto la realidad, constatamos por doquier signos de muerte –enfermedades, ignorancia, soledad, fragilidad, cansancio, dolor y traiciones– y concluimos: no, no puede ser éste el mundo definitivo, es demasiado reducido y demasiado marcado por el mal. Aflora entonces en nosotros el deseo de mirar más allá del horizonte estrecho en que nos movemos; soñamos incluso ser secuestrados y conducidos hacia otros planetas, donde quizás se está libre de toda forma de muerte.

En el universo que conocemos, el mundo que anhelamos no existe. Para apagar el deseo infinito que Dios ha puesto en el corazón, es necesario dejar esta tierra y emprender un nuevo éxodo. Se nos pide una última salida, la última –la muerte– y esto nos aterra.

También los tres discípulos que, en el Monte de la Transfiguración, oyeron a Jesús hablar de su ‘éxodo’ de este mundo al Padre (cf. Lc 9,31) fueron presa del terror: “Al oírlo, los discípulos cayeron boca abajo temblando de mucho miedo. Jesús se acercó, los tocó y les dijo: «¡Levántense, no tengan miedo!»” (Mt 17,6-7).

  A partir del siglo III aparece en las catacumbas la figura del pastor con la oveja al hombro. Es Cristo que toma de la mano y estrecha entre sus brazos al hombre que tiene miedo de atravesar solo el valle oscuro de la muerte. Con el Resucitado, el discípulo abandona sereno esta vida en la seguridad de que el Pastor, a quien ha confiado su vida, lo conducirá “a verdes praderas y fuentes tranquilas” (Sal 23,2) donde encontrará reposo después del largo y fatigoso viaje a través del desierto árido y polvoriento de esta tierra.

Si la muerte es el momento del encuentro con Cristo y del ingreso en la sala del banquete de bodas, no puede ser un acontecimiento temible. Es espera. La exclamación de Pablo: “Para mí morir es una ganancia. Mi deseo es morir para estar con Cristo” (Fil 1,21.23), debería ser la exclamación favorita de todo creyente.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Enséñanos, Señor, a contar nuestros días”.

 

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Categorías: Ciclo B

Trigésimo Domingo en Tiempo Ordinario – 24 de octubre de 2021 – Año B

Abandona el manto

para poder ver mejor

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Introducción

Homero veía, pero se lo representa ciego. Era el símbolo de los hombres inspirados, de los que, al penetrar en las verdades profundas, ocultas al común de los mortales, tienen que cerrar los ojos a la realidad de este mundo. En la antigua Grecia, incluso los magos, los adivinos, los rapsodas eran considerados ciegos: tenían que abstraerse de las apariencias engañosas, ignorar las vanaglorias terrenas, para captar la luz y los pensamientos de los dioses.

Es encomiable su búsqueda apasionada de la verdad y su compromiso de educar a la sabiduría pero, ante los grandes enigmas del universo y del hombre, tuvieron que rendirse; caminaban a tientas en la oscuridad; continuaron siendo ciegos.

Los peripatéticos, revistiéndose con un manto –símbolo de los que cultivan el amor a la sabiduría– disertaban sobre la verdad mientras paseaban alrededor de la Acrópolis de Atenas; los académicos, los epicúreos y estoicos reflexionaron sobre el dolor, la felicidad, el placer y el sentido de la vida. En Atenas, descrita por Cicerón como ‘la luz de toda Grecia’, todos, como ciegos, dirigían su mirada anhelando la luz. Pero no fue de esa ciudad de donde vendría la luz del mundo.

Reinaba Tiberio cuando, en las montañas de Galilea, un carpintero de Nazaret comenzó a proclamar la Buena Noticia. Fue entonces que “el pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz” (Mt 4,16). Para los antiguos filósofos había llegado el momento de dejar sus mantos y alzar la vista: desde arriba había venido a visitar a los hombres “un sol naciente para los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte” e indicar a los ciegos el camino de la paz (Lc 1,78-79).

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Las propuestas del mundo me envuelven en la oscuridad. Las del Evangelio tienen luz”.

 

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Categorías: Ciclo B

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