También a Dios le gusta recibir regalos
Introducción
Es siempre difícil y delicada la elección de un regalo, no solo porque presupone el conocimiento de los deseos, de las expectativas y, a veces, de los gustos extraños de la persona a quien va destinado el regalo sino, sobre todo, porque inconscientemente percibimos que con el regalo entregamos una parte de nosotros mismos.
Los más apetecidos no son los regalos costosos, sino aquellos que revelan el mayor compromiso personal de quien lo ofrece. Para el cumpleaños de su mujer, Clara, el virtuoso pianista, Robert Schumann, compuso el célebre Sueño y lo acompañó con una dedicatoria: “La pieza no se adecua a tus cualidades, pero expresa todo mi amor”. Era el corazón lo que entregaba Schumann a su mujer a través de la música.
A la persona amada estamos dispuestos a entregarle lo que más queremos. Abrahán amaba al Señor hasta tal punto de que llegó incluso a pensar ofrecerle su primogénito, el hijo que amaba más que a la misma vida.
Navidad es la fiesta del regalo. Intercambiamos regalos porque hemos comprendido que “Tanto amó Dios al mundo que entregó a Hijo Único” (Jn 3,16), invitándonos, al mismo tiempo, a corresponder a su amor y convirtiéndonos a nosotros mismos en un don para nuestros hermanos. “Hemos conocido lo que es el amor en aquel que dio la vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16).
* Para interiorizar el mensaje, repetiremos:
“El Señor espera de mi un regalo: el don de mi vida a los hermanos”.