Archivo mensual: noviembre 2021

Primer Domingo de Adviento –  28 de noviembre de 2021 – Año C

Los verdaderos profetas

infunden esperanza

Un video del P. Fernando Armellini

con subtítulos en español y

doblado por el P. Alberto Rossa, cmf:

 

Subtítulos (elige ‘Español’): 

Subtítulos grabados: 

Doblado Español: 

Introducción

Bajar los brazos, ceder ante el poder abrumador del pecado que impera en el mundo y en nosotros es una tentación peligrosa. Son profetas de mal agüero los que repiten: “No vale la pena comprometerse; nada va a cambiar”; “no hay nada que hacer; el mal es demasiado fuerte”; “el hambre, las guerras, la injusticia, el odio siempre existirán”.

No hay que escuchar a estos agoreros. Los que, como Pablo, han asimilado la mente de Cristo (cf. 1 Cor 2,16), ven la realidad con otros ojos; ven el mundo nuevo que está emergiendo y con optimismo anuncian a todos: “Ya está brotando. ¿No lo notan?” (Is 43,19).

En nuestra vida personal descubrimos fracasos, miserias, debilidades, infidelidad. No podemos desprendernos de defectos y malos hábitos. Las pasiones ingobernables nos dominan; nos vemos obligados a adaptarnos a una vida de compromisos dolorosos e hipocresías humillantes. Los miedos, decepciones, lamentaciones, experiencias infelices nos quitan la sonrisa. ¿Será posible recuperar la confianza en nosotros mismos y en los demás? ¿Podrá alguien darnos serenidad, confianza y paz?

No hay ninguna situación de esclavitud de la que el Señor no pueda librarnos; no hay abismo de culpabilidad del que no nos pueda sacar. Él solo espera que tomemos conciencia de nuestra condición y recordemos las palabras del salmista: “Desde lo hondo a ti grito, Señor”.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Estoy seguro: el Señor realizará las promesas de bienestar que ha hecho”.

 

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Categorías: Ciclo B

Trigesimocuarto Domingo en Tiempo Ordinario – 21 de noviembre de 2021 – Año B

¿El Triunfo de los Vencidos?

Un video del P. Fernando Armellini

con subtítulos en español y

doblado por el P. Alberto Rossa, cmf:

 

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Doblado Español: 

Introducción

“Entonces Pilato se hizo cargo de Jesús y lo mando azotar. Y los soldados entrelazaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza y lo vistieron con un manto rojo, y acercándose a Él, le decían: «¡Salud, Rey de los Judíos!» Y le pegaban en la cara” (Jn 19,1-3).

¿Cómo es que Jesús no reaccionó como lo hizo cuando fue golpeado por el siervo del sumo sacerdote? (cf. Jn 18,23) La entronización de un rey de parodia era un juego muy conocido en la antigüedad. Un prisionero que a los pocos días sería ajusticiado, era revestido con insignias reales y tratado como emperador. Una burla cruel a la que Jesús también fue sometido.

En la escena descrita por Juan aparecen todos los elementos que caracterizan la entronización de un emperador: la corona, el manto púrpura, las aclamaciones. Es la parodia de la realeza y Jesús la acepta porque demuestra de la manera más explícita cuál es su juicio sobre la ostentación de poder y la búsqueda de la gloria de este mundo. La ambición de sentarse en un trono para recibir honores e inclinaciones es para Él una farsa, aunque sea, por desgracia, la comedia más común y grotesca recitada por los hombres.

En la escena final del proceso (cf. Jn 19,12-16), Pilato conduce fuera a Jesús, y lo hace sentar sobre una tribuna elevada. Es mediodía y el Sol está en su cenit cuando, frente a todo el pueblo, señalando a Jesús coronado de espinas y cubierto con el manto púrpura, proclama: “Ahí tienen a su Rey”. Es el momento de la entronización; es la presentación del soberano del nuevo reino, el reino de Dios.

Para los judíos, la propuesta es tan absurda que les sabe a provocación. De ahí que, furiosos, reaccionan indignados: “¡Fuera, fuera, crucifícalo!» (Jn 19,15). Un rey así no quieren ni verlo; decepciona todas las expectativas y es un insulto al sentido común.

Jesús está allí, en alto, para que todos lo puedan contemplar, iluminado por el Sol que brilla en todo su esplendor; está en silencio; no añade nada a la burla porque ya ha quedado todo explicado. Espera solamente que cada uno se pronuncie y haga su elección.

Uno se puede decidir por las grandezas, por los reinados de este mundo, o bien seguirlo a Él renunciando a todos los bienes y aceptando la derrota por amor. De esta elección dependerá el éxito o el fracaso de una vida.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Reinar con Cristo nos convierte en siervos de nuestros hermanos con Él”.

 

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Categorías: Ciclo B

Trigesimotercer Domingo en Tiempo Ordinario – 14 de noviembre de 2021 – Año B

Más duro el invierno,

más fructífera la nueva estación?

Un video del P. Fernando Armellini

con subtítulos en español y

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Introducción

Estamos asistiendo en nuestro mundo de hoy a constantes progresos científicos y tecnológicos, al aumento de la sensibilidad hacia valores más altos… Sin embargo nos producen consternación y profundo malestar las injusticias planetarias, las guerras, los bruscos vaivenes políticos, económicos y sociales. Colapsan ideologías consideradas inmunes al paso del tiempo, vienen a menos las certezas, desaparecen de escena personalidades de la política, caen en el olvido atletas y estrellas del espectáculo tan pronto como se apagan los reflectores y las cámaras que los enfocaban. Todo es discutible. Incluso los dogmas son revisados y reinterpretados; ciertas prácticas religiosas que parecían indispensables e insustituibles, se revelan viejas y gastadas; su tiempo pasó y han sido abandonadas.

Frente a estas turbulencias, algunos se rebelan, otros se resignan, muchos se desaniman y piensan que hemos llegado al final de todo, incluso de la fe. ¿Cómo evaluar estas realidades? ¿Cómo comportarse frente a acontecimientos tan alarmantes? ¿Cómo participar en el día a día de este mundo que nos rodea? ¿Con ansiedad y miedo o con compromiso y esperanza?

Los afanes, dolores y sufrimientos del agonizante son preludio de una muerte inminente; los dolores de parto de una mujer anuncian el comienzo de una nueva vida.

Jesús nos ha mostrado la perspectiva justa: “Cuando comience a suceder todo esto, enderécense y levanten la cabeza, porque ha llegado el día de su liberación” (Lc 21,28).

En un mundo que parece condenado a la ruina atrapado en su propia espiral de violencia, el no creyente baja la cabeza y se desespera convencido de que nos estamos acercando al final; el creyente permanece firme y erguido en medio de la prueba, alza la cabeza y en cada grito de dolor sabe que “la humanidad entera está gimiendo con dolores de parto» (Rom 8,22). En todo lo que sucede, capta el preludio no de la muerte sino de un acontecimiento gozoso: el nacimiento de una nueva humanidad.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“El destino del mundo está en las manos de Dios. Por eso alzo la mirada”.

 

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Categorías: Ciclo B

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN – 9 de noviembre

El Primer Templo de los Cristianos,

“Piedras Vivas” de la Fe

Un video del P. Fernando Armellini

con subtítulos en español y

doblado por el P. Alberto Rossa, cmf:

 

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Introducción

La Basílica de San Juan de Letrán es la catedral del Papa como Obispo de Roma. Erigida por Constantino, fue durante siglos la residencia habitual de los Papas. Aun hoy, aunque reside fuera del Vaticano, cada año, el Jueves Santo, el Papa preside la Eucaristía en San Juan de Letrán con el lavatorio de los pies.

Esta basílica es símbolo de la unidad de todas las comunidades cristianas con Roma: se llama «madre de todas las Iglesias», y por eso celebramos esta fiesta en todo el mundo. Es una manera de recordar que todos estamos unidos por una misma fe y que la Iglesia de Roma, la Iglesia del apóstol Pedro, es un punts de referencia fundamental de nuestra fe.

Hoy se podría comenzar la Eucaristía con la aspersión bautismal, en relación con el tema del agua de la primera lectura, y luego cantar el Credo, el símbolo de nuestra fe, que nos une con la Iglesia esparcida por el mundo, con su centro en Roma. Las lecturas de hoy nos presentan un mosaico de imágenes de lo que es la Iglesia: el agua que brota del templo, el edificio que se construye sobre Cristo, el templo de Dios y morada de Espíritu (todos somos edificio de Dios), el templo que somos cada uno de nosotros, el templo que hay que defender como casa de oración (y que no se convierta en un Mercado, como la escena del Evangelio), el Cuerpo de Cristo, que será reedificado al tercer día…

Pero nos podríamos fijar en la primera imagen –el agua que debería manar de la Iglesia, comunidad de Jesús, para sanear y llenar de vida el mundo. Ezequiel ve el agua que brota del Templo. En realidad, es la Salvación que mana de Dios: Dios manifiesta sacramentalmente su presencia por medio del Templo. Esa agua baja por las laderas, sanea lo que encuentra a su paso y allí por donde pasa todo queda lleno de vida, de peces abundantes, de árboles frutales con ricas cosechas y hojas medicinales. Es como volver a la vida que daban al paraíso del Edén sus cuatros ríos. También el Apocalipsis, en su página final de la historia, vuelve a presentar la misma visión: “Un río de agua de vida que brota del trono de Dios y del Cordero, que da vida a los árboles y hace medicinales sus hojas” (Ap 22,1-2).

¿Qué es esta agua? El simbolismo de este valioso elemento es muy rico. Pero en el Evangelio, el agua es sobre todo Cristo Jesús, como Él mismo lo dice a la samaritana junto al pozo al que ambos habían ido en busca de agua. O también es su Espíritu, como en otra ocasión afirma el evangelista: “De su seno correrán ríos de agua viva: esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él” (Jn 8,38).

Dios da a la humanidad sedienta y reseca el Agua de Cristo y del Espíritu. Ahora el signo visible de esa gracia que emana de Dios para el mundo es la Iglesia, la comunidad de Jesús y del Espíritu.

Para los Israelitas, y para los forasteros que acudían, el Templo de Jerusalén era el punto de referencia obligado de la Salvación de Dios y del culto que le dedicaban los creyentes. Ahora ese signo debería ser la comunidad cristiana, en el mundo, en una diócesis, en una parroquia. De alguna manera, el sentido de esta agua vivificante está como condensado sacramentalmente en sus templos y en su liturgia: una iglesia en medio del pueblo o del barrio, con su campanario, como su lugar de reunión y oración para los creyentes y como recordatorio de valores superiores para los demás. En esos edificios –a los que llamamos igual que a la comunidad ‘Iglesia’– es donde la comunidad puede celebrar el sacramento del Bautismo, pero también los demás sacramentos, que el Catecismo dice que emanan de Cristo vivo y vivificante (CCE 1116).

Pero, sobre todo, es la comunidad de las personas la que debe ser signo creíble de la vida de Dios, dentro y fuera de la celebración. Jesús, a través de su Iglesia, sigue concediendo su agua salvadora a toda la humanidad: son “aguas que manan del santuario” y debería cumplirse lo de que “habrá vida dondequiera que llegue la corriente”.

¿Mana también hoy, de las laderas de cada comunidad eclesial, agua para saciar la sequía del mundo, luz para iluminar su oscuridad, bálsamo de esperanza para curar sus heridas? La Iglesia, evangelizada, llena de la Buena Noticia, ¿se siente y actúa como evangelizadora, comunicadora de agua, de esperanza, de vida? ¿Puede llamarse luz de las naciones, sal y fermento y fuente de esperanza para toda la sociedad? ¿Da muestras de unidad interior en torno a esa “catedral del mundo” que está en Roma– y de ímpetu misionero?

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Señor, queremos ser, contigo, ríos de agua Viva para la sed del mundo”.

 

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