Archivo mensual: marzo 2017

4to Domingo de Cuaresma, 26 de Marzo 2017, Año A

Existe una luz sin ocaso

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

https://youtu.be/WeLFGLdHBBs

 

Introducción

 

Hay cosas que logramos ver, otras se nos escapan. Crecen a ritmo vertiginoso los conocimientos científicos que nos permiten examinar, controlar, cuantificar todo lo que es material. Despiertan nuestra curiosidad y nos apasionan, nos hacen sentir orgullosos hasta el punto de inducir a algunos a creer que exista y sea verdadero solamente lo que puede ser visto con los ojos, contrastado con los sentidos, verificado con los instrumentos del laboratorio.

 

Pero la presunción de tener bajo control toda la realidad deriva de un defecto de visión, de la privación de aquella mirada interior y espiritual que nos permite vislumbrar, barruntar los misterios de Dios, el sentido de la vida y la muerte y el destino último de la historia humana.

 

Existe también otra ceguera, la del que cree poseer la luz y saber dar el justo valor a cada cosa: al dinero, al éxito, a la carrera, a la sexualidad, a la salud y a la enfermedad, a la juventud y a la vejez, a la familia, a los hijos… pero que ha sacado sus certezas de la escala de valores de este mundo; las ha deducido –quizás si darse cuenta– de las pulsiones y de emociones del momento, de cálculos interesados, de ideologías y sistemas económicos contaminados por el pecado, de charlas de salón: luces falsas, destellos poco fiables, fuegos fatuos, deslumbramientos engañosos.

 

La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo” (Jn 1,9): Cristo, que ha llegado para disipar nuestras tinieblas, iluminar nuestras noches e introducirnos en la familia de los que son “ciudadanos de la luz y del día” (1 Tes 5,5).

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Tú eres la luz del mundo. Quien te sigue tiene la luz de la vida”.

 

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5to Domingo de Cuaresma, 2 de Abril 2017, Año A

Elegidos para servir

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/_TXEJtbumMU

 

Introducción

 

“Cuando los dioses formaron la humanidad, dieron a ésta la muerte y ellos se quedaron con la vida”. Son las palabras que en la célebre epopeya mesopotámica la tabernera Siduri dirige a Gilgames quien está desesperadamente buscando el árbol de la vida. Desconsolado, el héroe comprende que debe resignarse: morir es partir hacia el “País sin retorno”. Para los hebreos también las tinieblas, el silencio y el olvido envuelven la morada de los muertos. Es difícil encontrar en el Antiguo Testamento referencias a la inmortalidad del alma y a la resurrección de los muertos y los pocos textos que existen han sido escritos a partir del segundo siglo a.C.

 

Job afirmaba: “Un árbol tiene esperanza: aunque lo corten, vuelve a brotar y no deja de echar retoños. Pero el varón muere y queda inmóvil. Falta el agua de los lagos, los ríos se secan y aridecen, así el hombre se acuesta y no se levanta; pasará el cielo y él no despertará ni se levantará de su sueño” (Job 14,7-12). Esta angustia se reflejaba en la elegía (lamentación) del salmista: “Me concediste unos palmos de vida, mis días son como nada ante ti: El hombre no dura más que un soplo; es como una sombra que pasa. ¡Aparta de mí tu mirada, y me alegraré antes de que me vaya y ya no exista!” (Sal 39,6-7.14). Así expresaban su desconcierto, angustia y desorientación frente a la caducidad de la vida, las personas más iluminadas de la antigüedad. La Biblia ha conservado el recuerdo de su desorientación y de sus inquietudes para que sepamos cuán densas eran las tinieblas de la tumba antes que en el mundo resplandeciera la luz de la Pascua.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Cuando cruce el valle oscuro, no temeré ningún mal porque tu, Señor de la vida, estas conmigo”.

 

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3er Domingo de Cuaresma, 19 de Marzo 2017, Año A

Existe un agua que no tiene precio

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

https://youtu.be/Vx6XSSoPGms

 

Introducción

 

Durante años los israelitas han experimentado la sed en el desierto de Sinaí y visto espejismos; han excavado pozos y soñado en una tierra donde el agua cayera del cielo en forma de lluvia y de rocío, y donde surgieran manantiales cuyas aguas regaran los valles.

 

Nómadas de un desierto desolador, han asociado estas tierras ásperas y áridas con la muerte, mientras que el agua era para ellos símbolo de la vida, de la belleza, de las bendiciones de Dios; han pensado en el Señor como “aquel que llama a las aguas del mar y las distribuye sobre la tierra” (Am 5,8).

 

En la Biblia la imagen del agua aparece en contextos muy diversos. El enamorado contempla a la amada como: “¡Fuente de los jardines, manantial de aguas vivas que fluyen del Líbano!” (Ct 4,15). Dios asegura a los deportados un futuro próspero y feliz con promesas relacionadas con el agua: “ha brotado agua en el desierto, arroyos en la estepa, el arenal será un estanque, lo reseco un manantial” (Is 35,6-7; 41,18). Alejarse del Señor significa tomar decisiones de muerte, equivale que quedarse sin agua: “me abandonaron a mí, fuente de agua viva y se cavaron pozos, pozos agrietados que no conservan el agua” (Jer 2,13).

 

Las palabras apasionadas del profeta que invitan a su pueblo a la conversión: “¡Atención, sedientos, vengan por agua!” (Is 55,1) eran solo el preludio de las pronunciadas por Jesús en la explanada del templo: “Quien tenga sed venga a mí; y beba quien crea en mí” (Jn 7,38). Él es el manantial de agua pura que sacia toda sed.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Calmada nuestra sed con tu agua, Señor, no permitas que nos acerquemos a otros pozos”.

 

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2do Domingo de Cuaresma, 12 de Marzo 2017, Año A

Elegidos para servir

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

https://youtu.be/_nidKv1If4E

 

Introducción

 

“El Señor te ha elegido –dice Moisés al pueblo de Israel– entre todas las naciones de la tierra como pueblo de su propiedad” (Dt 14,2). “Solo de sus padres se enamoró el Señor, los amó y de su descendencia los escogió a ustedes entre todos los pueblos de la tierra” (Dt 10,15-16). También los cristianos son “estirpe elegida” (1 Pe 2,9). “Nos consta, hermanos queridos de Dios, que ustedes han sido elegidos” (1 Tes 1,4), declara Pablo a los Tesalonicenses. Si el Señor, como afirma Pedro, “no hace diferencia entre las personas” (Hch 10,34) ¿qué sentido tiene hablar de elección?

 

Las elecciones de Dios no siguen los criterios humanos: no presuponen ningún mérito, surgen de su amor gratuito. Dios se ha unido a Israel no porque fuera el más numeroso de los pueblos –al contrario, era el más pequeño– sino simplemente por amor (cf. Dt 7,5-8). Santiago recuerda el comportamiento de Dios a los cristianos de sus comunidades: ¿“Acaso no escogió Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino”? (Sant 2,5).

 

Cuando Dios llama a un hombre, cuando elige a un pueblo, lo hace para confiarle una tarea, una misión, para hacerlo portavoz de sus bendiciones destinadas a todos. Así Abrahán se convertirá en “una bendición para todos los pueblos de la tierra”; Israel, el siervo del Señor, tiene el encargo de “llevar el derecho a las naciones” (Is 42,1); Pablo, es “mi instrumento elegido para difundir mi nombre entre los paganos, reyes e israelitas” (Hch 9,15). Las vocaciones de Dios no confieren ningún privilegio, no ofrecen ningún motivo para sentirse superiores o mejores que los demás, son una llamada de disponibilidad al servicio, a ser mediadores de salvación.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Haznos comprender, Señor, cuan grande y comprometida es la misión a la que nos has llamado”.

 

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