Archivo mensual: marzo 2020

Anunciación del Señor – 25 de marzo

Dios había dado muchas pruebas de amor,pero mantuvo en reserva las maravillas más inauditas.

 

 

Introducción

 

Este antiguo festival está conectado con el equinoccio de primavera. Se celebró en Palestina posiblemente desde el siglo IV y se introdujo en Occidente en el siglo VII.

 

Originalmente, no era una fiesta de la Virgen, sino del Señor. Fue instituido para conmemorar el anuncio de la venida del Hijo de Dios en el mundo.

 

Fue en la Edad Media, cuando la sobriedad del culto mariano que había caracterizado los primeros siglos dio paso a los énfasis devocionales, cuando la fiesta de hoy se convirtió en la de la Anunciación a María. Después del Concilio Vaticano II, recuperó su significado original y ha vuelto a ser la solemnidad de la Anunciación.

 

Estamos en primavera en el hemisferio norte, la vegetación se despierta y la vida se reanuda después de los rigores del invierno. Para el creyente, la aparición de nuevos brotes solo puede recordar, de manera espontánea e inmediata, la verdadera primavera, el día bendito en que, con la encarnación del Hijo de Dios, comenzó el nuevo mundo.

 

A lo largo de los siglos, los cristianos han utilizado este vínculo entre la primavera de la naturaleza y el de la fe para revivir en sus corazones el recuerdo del evento desde el cual comenzó su historia. Para ello, en la Edad Media muchas comunidades, y en Florencia hasta 1750, comenzaron el año el 25 de marzo. Desde el siglo V, la Anunciación fue uno de los temas más representados en la historia del arte hasta el Renacimiento. No había iglesia en la que no se mostraba. Luego, desde el siglo XVIII en adelante, la escena dulce y serena del encuentro del ángel con la Virgen casi desapareció de los temas pictóricos.

 

El surgimiento de una sociedad más secular, la diseminación de las ideas de la Ilustración llevó a mirar la historia del Evangelio con cierto desencanto. Las obras maestras de grandes artistas como Simone Martini y el Beato Angélico, que habían atraído a generaciones enteras al misterio sublime de la Encarnación del Hijo de Dios, continuaron fascinando y emocionando., sin embargo, ya no eran suficientes para alimentar la fe de aquellos que querían descubrir qué buenas noticias del Cielo estaban detrás de la aparente simplicidad de las páginas de Lucas.

 

Los estudios bíblicos nos permiten dar una respuesta a esta instancia espiritual. El ángel y la Virgen no se colocan en el centro del escenario, sino el Señor, ese Dios que a menudo nos sentimos distantes o ausentes y que hoy, con el anuncio de su venida al mundo, nos recuerda que no puede estar en el cielo y se feliz sin nosotros.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«Dios no puede quedarse en el cielo sin nosotros».

 

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Quinto Domingo de Cuaresma – 29 de marzo de 2020 – Año A

El sepulcro: un vientre,

no más una tumba

 

Aquí van los comentarios y videos para 29 de marzo

 

 

Un video doblado por P. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

“Cuando los dioses formaron la humanidad, dieron a ésta la muerte y ellos se quedaron con la vida”. Son las palabras que en la célebre epopeya mesopotámica la tabernera Siduri dirige a Gilgames quien está desesperadamente buscando el árbol de la vida. Desconsolado, el héroe comprende que debe resignarse: morir es partir hacia el “País sin retorno”.  Para los hebreos también las tinieblas, el silencio y el olvido envuelven la morada de los muertos. Es difícil encontrar en el Antiguo Testamento referencias a la inmortalidad del alma y a la resurrección de los muertos y los pocos textos que existen han sido escritos a partir del segundo siglo a.C.

 

Job afirmaba: “Un árbol tiene esperanza: aunque lo corten, vuelve a brotar y no deja de echar retoños. Pero el varón muere y queda inmóvil. Falta el agua de los lagos, los ríos se secan y aridecen, así el hombre se acuesta y no se levanta; pasará el cielo y él no despertará ni se levantará de su sueño” (Job 14,7-12). Esta angustia se reflejaba en la elegía (lamentación) del salmista: “Me concediste unos palmos de vida, mis días son como nada ante ti: El hombre no dura más que un soplo; es como una sombra que pasa. ¡Aparta de mí tu mirada, y me alegraré antes de que me vaya y ya no exista!” (Sal 39,6-7.14). Así expresaban su desconcierto, angustia y desorientación frente a la caducidad de la vida, las personas más iluminadas de la antigüedad. La Biblia ha conservado el recuerdo de su desorientación y de sus inquietudes para que sepamos cuán densas eran las tinieblas de la tumba antes que en el mundo resplandeciera la luz de la Pascua.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

 

“Cuando cruce el valle oscuro, no temeré ningún mal porque tú, Señor de la vida, estas conmigo”.

 

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Cuarto Domingo de Cuaresma – 22 de marzo de 2020 – Año A

Existe una luz sin ocaso

 

Aquí van los comentarios y videos para 22 de Marzo

 

 

Un video doblado por P. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

Hay cosas que logramos ver, otras se nos escapan. Crecen a ritmo vertiginoso los conocimientos científicos que nos permiten examinar, controlar, cuantificar todo lo que es material. Despiertan nuestra curiosidad y nos apasionan, nos hacen sentir orgullosos hasta el punto de inducir a algunos a creer que exista y sea verdadero solamente lo que puede ser visto con los ojos, contrastado con los sentidos, verificado con los instrumentos del laboratorio.

 

Pero la presunción de tener bajo control toda la realidad deriva de un defecto de visión, de la privación de aquella mirada interior y espiritual que nos permite vislumbrar, barruntar los misterios de Dios, el sentido de la vida y la muerte y el destino último de la historia humana.

 

Existe también otra ceguera, la del que cree poseer la luz y saber dar el justo valor a cada cosa: al dinero, al éxito, a la carrera, a la sexualidad, a la salud y a la enfermedad, a la juventud y a la vejez, a la familia, a los hijos…pero que ha sacado sus certezas de la escala de valores de este mundo; las ha deducido –quizás si darse cuenta– de las pulsiones y de emociones del momento, de cálculos interesados, de ideologías y sistemas económicos contaminados por el pecado, de charlas de salón: luces falsas, destellos poco fiables, fuegos fatuos, deslumbramientos engañosos.

 

“La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo” (Jn 1,9): Cristo, que ha llegado para disipar nuestras tinieblas, iluminar nuestras noches e introducirnos en la familia de los que son “ciudadanos de la luz y del día” (1 Tes 5,5). 

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Tú eres la luz del mundo. Quien te sigue tiene la luz de la vida”.

 

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San José – 19 de marzo de 2020

Descubrió y realizó los sueños de Dios

 

 

Introducción

 

Nuestro sueño está acompañado de sueños, más o menos tranquilos. Nos permiten liberar nuestro subconsciente de experiencias negativas o satisfacer deseos ocultos. Referencias de nuestro pasado se dan en ellos.

 

También soñamos con los ojos abiertos y luego nos proyectamos hacia el futuro: cuán extático para alguien contemplar el trabajo que está haciendo. Ella lo imagina ya concluido y anticipa la alegría del éxito. Otros refugian en quimeras para escapar, aunque solo sea por unos momentos, de la realidad deprimente que les preocupa y angustia.

 

La Sagrada Escritura habla de un tercer tipo de sueños, los del Señor. Siempre están en el presente, se están realizando. Son los planes misteriosos de su amor que se revelan a las personas en las noches estrelladas, como le sucedió a Abrahán (Gen 15,5), o en las noches interminables de lucha con Dios, como le sucedió a Jacob (Gen 32,23-33).

 

«Dios da una advertencia en un sueño, en una visión nocturna, cuando el sueño profundo cae sobre las personas, mientras duermen en sus camas, es cuando él abre sus oídos» (Job 33,14-16).

 

La somnolencia en la Biblia significa el momento en que las facultades se debilitan. Es la condición de quienes no pueden poner obstáculos a los proyectos del Señor porque está latente en ellos, la sabiduría de este mundo, que es una locura a los ojos de Dios.

 

José, el esposo de María, entró en este «sueño». Separado de sí mismo y de sus proyectos, está disponible en todo momento, como los patriarcas, para aceptar la voluntad del Señor. Por eso Dios lo hizo participar de sus sueños. No tuvo visiones; sólo escuchó palabras. En la reflexión y la oración, descubrió los sueños celestiales sobre su familia. Comprendió que había sido llamado a cumplir una misión sublime: transmitir a María y al hijo de Dios que dieron sus primeros pasos en este mundo, la voluntad del Padre que está en el cielo.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«José, enséñanos a hacer que los sueños de Dios sean nuestros».

 

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