Archivo mensual: abril 2016

6º Domingo de Pascua, 1 de Mayo 2016, Año C

El Espíritu saca siempre cosas nuevas del Evangelio

 

Introducción

 

Ante la “rampante ignorancia religiosa” algunos han propuesto volver al Catecismo de la Doctrina Cristiana editado por S. Pio X en 1913, con sus 433 preguntas y respuestas, síntesis de todos los temas de la teología y de la moral. Este compendio ha marcado ciertamente una época, pero nos preguntamos si tendría sentido proponer las verdades de fe con lenguaje e imágenes anticuadas, pertenecientes a unos tiempos tan alejados de los nuestros.

 

En el discurso de apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII recordaba un principio fundamental: “Una cosa son las verdades de fe y otra es la manera en que vienen formuladas”. La misión de la Iglesia es la de hacer inteligibles estas mismas verdades a los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares, empleando su lenguaje, su cultura, sus imágenes, su modo de pensar. Es ésta una empresa ardua y delicada por venir inevitablemente acompañada de tensiones, malentendidos, pero indispensable y que puede ser felizmente llevada a término porque en la Iglesia está presente el Espíritu de la verdad que Cristo anima.

 

El replegarse sobre el pasado, el miedo a la novedad, la visión pesimista del presente, las previsiones sombrías sobre el futuro no son signos de amor y fidelidad a la Tradición, sino sinónimos de escasa fe en la obra del Espíritu. El Papa Juan XXIII desconfiaba de los profetas de “mal agüero” e invitaba a contemplar los “frutos del Espíritu” presentes, no solo en la Iglesia, sino dondequiera que haya “amor”, “alegría” “paz”, “paciencia” “benevolencia”, “bondad”, “fidelidad”, “delicadeza”, “autodominio”.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Creo en la obra del Espíritu Santo que renueva toda la tierra”.

 

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5º Domingo de Pascua, 24 de Abril 2016, Año C

El que está en Cristo es una nueva criatura

 

Introducción

 

Los días de la iglesia están contados –dicen algunos– porque es anticuada, no sabe cómo renovarse a sí misma, repite viejas fórmulas en lugar de responder a las nuevas preguntas, tercamente reitera rituales obsoletos y dogmas ininteligibles mientras que las personas de hoy están buscando un nuevo equilibrio, un nuevo sentido de la vida, un Dios menos lejano.

 

Existe un creciente deseo de espiritualidad. Es cada vez mayor la adhesión a nuevas creencias exotéricas como las llamadas reiki (energía curativa no física), canalización (vinculación con niveles más elevados de energía o de conciencia como espíritus, extraterrestres), cristal-terapia, dianética (influencia de la mente sobre el cuerpo). La religión del hazlo-tú-mismo que desprecia dogmas e iglesias crece por doquier; es decir, una religión en la que frecuentemente se mezclan técnicas orientales con interpretaciones esotéricas de Cristo. Se equipara la meditación de la Palabra de Dios en un monasterio a la emoción experimentada en las profundidades de un bosque mientras se está en coloquio (en abierta canalización) con el propio ángel-guía. Expresión de esta búsqueda de lo nuevo es el New Age (Nueva Era) que propone la visión utópica de una era de paz, armonía y progreso.

 

Confundir la fidelidad a la Tradición (con mayúscula) con el replegarse sobre lo que está viejo y gastado o con el cerrarse al Espíritu que “renueva la faz de la tierra”, es uno de los equívocos más perniciosos en el que la Iglesia puede caer. La acusación, no obstante, de falta de modernización (quizás injusta e injustificada) nos debe hacer pensar.

 

La iglesia es la depositaria del anuncio de “cielos nuevos y tierra nueva”, de la propuesta de “hombre nuevo”, del “mandamiento nuevo”, de un “cántico nuevo”. Es a la Iglesia a la que instintivamente debería sentirse atraído quien sueña con un mundo nuevo.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Cantaré al Señor un cántico nuevo porque renueva cada día mi juventud”.

 

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4º Domingo de Pascua, 17 de Abril 2016, Año C

Es bueno ser llevado, pero ¿por quién?

 

Introducción

 

A partir del tercer siglo d.C. (no antes), aparece con frecuencia en las catacumbas la imagen del Cristo pastor llevando a hombros a una oveja, rodeado por el rebaño. Es una escena que quiere representar la confianza y serenidad con la que creyente atraviesa el valle obscuro de la muerte, sostenido o guiado por su Señor.

 

No es solamente al dejar este mundo el momento en que el discípulo se abandona en los brazos de su pastor. Éste es solo el último trance, cuando queda claro que todos los que se hicieron pasar por pastores durante su vida y que predicaban enseñanzas contrarias a las de Cristo, no eran, en realidad, sino mercenarios, vendedores de ilusiones. En los momentos decisivos se ven obligados a declarar su incapacidad para ayudar.

 

El discípulo acepta hacerse acompañar por el Buen Pastor en cada momento de su vida. Dejarse llevar por Cristo es una opción menos cómoda de lo que parece. Presupone el coraje de confiar la propia vida a Cristo, sin ceder a la angustia cuando no se ve claro ni el camino ni la meta. También significa resistir a los halagos de los falsos pastores que en realidad no son sino ladrones, salteadores cuyo único objetivo (a menudo inconscientemente) es la autoafirmación, la búsqueda de sus propios intereses.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Aunque sea conducido por valles tampoco temeré ningún mal”.

 

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Tercer domingo de Pascua, 10 de Abril 2016, Año C

Tanto afán para nada

 

Introducción

 

En la comunidad cristiana elaboramos programas pastorales ambiciosos; en familia ponemos en práctica las últimas técnicas psicológicas para educar mejor a los niños, nos empeñamos, hacemos planes y, sin embargo, sabemos que, incluso los esfuerzos más loables, no siempre son coronados por el éxito. El niño, inscrito con tanto sacrificio en la más famosa escuela católica, en el curso de inglés, de natación, de música…educado según los cánones religiosos tradicionales, un día tira por tierra todas las expectativas, dice que carece de ideales… y se dedica solo divertirse. ¿Por qué?

 

En realidad, nos pasa algo parecido a lo que sucedió a los siete discípulos que después de la Pascua, se fueron a pescar: eran gente entrenada, experimentada, voluntariosa. Han trabajado toda una noche pero no han conseguido nada. ¡Tantos esfuerzos para nada! Se han afanado en la oscuridad, sin la luz de la palabra del Resucitado. A veces esta palabra parece dar orientaciones absurdas, carentes de toda lógica, contrarias al sentido común: construir un mundo de paz sin recurrir a la violencia, poner la otra mejilla, amar al enemigo, rechazar el competir con otros, ser pobre… son sugerencias tan absurdas como echar las redes a plena luz del día. No existe, sin embargo, más alternativa que ésta: o fiarse y obtener un resultado o afanarse sin concluir nada.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«Sin ti, Señor, sin tu palabra, no podemos hacer nada».

 

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