Todos lo esperaban, solo Ana y Simeón lo reconocieron
Aquí van los comentarios y videos para 2 de Febrero
Un video doblado por P. Alberto Rossa, cmf
Introducción
Han pasado cuarenta días desde la Navidad y, quizás con un poco de nostalgia, recordamos aún las emociones que experimentamos en esos días, sobre todo por el gozoso mensaje que nos trajo el Niño, astro venido del cielo para iluminar nuestras noches: “nos visitará desde lo alto un amanecer que ilumina a los que habitan en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1,78-79). ¿A qué se debe que la Iglesia nos invite a contemplar de nuevo al Niño Jesús?
La fiesta de la Presentación del Señor tiene orígenes muy antiguos. En Oriente ya se celebraba en el siglo IV con el nombre y el significado de Fiesta del Encuentro: porque evocaba el encuentro de Jesús en el tempo con el Padre, con Simeón y Ana, representantes del resto de Israel que permaneció fiel a Dios como Abrahán.
Cuando en el siglo VII fue introducida en Roma, recibió el nombre de Fiesta de la purificación de María y, como se caracterizaba por una procesión nocturna con candelas, tomó también el nombre de la Candelaria.
El rito de la luz la asociaba a la Navidad, fiesta de Cristo-luz.
En Belén la gloria del Señor envolvió de luz a los pastores; en los lejanos países de Oriente la estrella brilló para los Magos; en el templo de Jerusalén ha aparecido la luz para iluminar a la gente.
Han pasado ya cuarenta días desde Navidad y pudiera ser que la luz de Belén que “habíamos visto surgir” se haya ofuscado un poco, que no nos parezca tan fascinante como entonces o que no sea ya la única en captar nuestra atención. Quizás nos hayamos dejado deslumbrar por otras estrellas fugaces y más concretas, por otros “astros” que reflejan mejor nuestros sueños y expectativas. He aquí por qué la Iglesia nos invita a encontrarnos de nuevo con el Niño: nos invita a recibirlo en los brazos como lo han hecho Simeón y Ana, los pobres de Israel, personas atentas a la voz del Espíritu.