Archivo mensual: septiembre 2019

26º domingo del tiempo ordinario – 29 de septiembre de 2019 – Año C

Gozar de la vida es renunciar a lo superfluo

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Hubo un tiempo en que Dios aparecía aliado con los ricos: el bienestar, la suerte, la abundancia de bienes eran considerados signos de su bendición.

 

La primera vez que la palabra hebrea kesef (que significa plata o más comúnmente, dinero) aparece en la Biblia, se refiere a Abrahán: “Abrán poseía muchos rebaños y plata y oro” (Gén 13,2). “Isaac sembró en aquella tierra y ese año cosecharon un ciento por ciento” (Gén 26,12). Jacob tuvo innumerables propiedades: “bueyes, asnos, rebaños, hombres-siervos y siervas” (Gén 32,6). El salmista promete al justo: “En tu casa habrá riquezas y abundancia” (Sal 112,3).

 

La pobreza era una desgracia. Se creía que era resultado de la pereza, la ociosidad y el libertinaje: “Un rato duermes, un rato descansas, un rato cruzas los brazos para dormitar mejor, y te llega la pobreza del vagabundo, la penuria del mendigo” (Prov 24,33-34).

 

Un cambio de perspectiva llega con los profetas: se comienza a entender que las riquezas acumuladas por los ricos no son siempre el resultado de su trabajo honesto y de la bendición de Dios, sino que a menudo son el resultado de hacer trampas, violaciones de los derechos de las personas más vulnerables. Incluso los sabios de Israel denuncian los riesgos: “Dulce es el sueño del trabajador, coma mucho o coma poco; al rico sus riquezas no lo dejan dormir” (Ecl 5,11). “El oro ha arruinado a muchos” (Eclo 8,2).

 

Jesús considera tanto la codicia de los bienes de este mundo y la riqueza honesta como obstáculos casi insuperables para la entrada en el reino de los cielos. El engaño de la riqueza ahoga la semilla de la Palabra (Mt 13,22); gradualmente tiende a conquistar el corazón humano y no deja espacio ni para Dios ni para el otro.

 

Bendito es el que se hace pobre, que ya no está ansioso por lo que come o bebe, que no se preocupa por la ropa y no se inquieta por el mañana (Mt 6,25-34). Bienaventurado el que comparte todo lo que tiene con los demás.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Cristo, aunque era rico, se hizo pobre para hacernos ricos”.

 

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25º Domingo del Tiempo Ordinario – 22 de Septiembre de 2019 – Año C

Administradores, no dueños

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

Salmo 24 – «Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el mundo y todos sus habitantes”. El hombre es un peregrino, vive como un extraño en un mundo que no es suyo. Es un trotamundos que atraviesa el desierto. Es dueño de un lote de terreno tanto como sus pies pueden pisar. Pero lo que está más delante ya no es suyo.

 

No somos propietarios sino solo administradores de los bienes de Dios. Esta es una afirmación insistentemente repetida a menudo por los Padres de la iglesia. Recordamos uno, Basilio: «¿No eres acaso un ladrón cuando consideras tuyas las riquezas de este mundo? Las riquezas te son dadas sólo para administrarlas».

 

El administrador es una persona que aparece a menudo en las parábolas de Jesús. Tenemos uno «fiel y prudente» que no actúa arbitrariamente, sino que utiliza los bienes confiados a él según la voluntad del propietario. Y tenemos otro que, en ausencia del Señor, se aprovecha de su posición «y se hace el dueño», se emborracha y deshonra a los otros sirvientes (Lc 12,42-48).

 

Está el administrador emprendedor, que se compromete, tiene la valentía de arriesgarse y consigue beneficio para el dueño; y otro que es un vago y un perezoso. Pero el más vergonzoso es el administrador sagaz del que se habla en el Evangelio de hoy.

 

El señor pone un tesoro en la mano de cada persona. ¿Qué hacer para administrarlo bien?

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

«No apegues el corazón a las riquezas, incluso si abundan».

 

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24º Domingo del Tiempo Ordinario – 15 de Septiembre de 2019 – Año C

Una persona perdida para siempre…

sería la derrota de Dios

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

El amor es fuerte como la muerte, la pasión más poderosa que el abismo. Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor ni extinguirlo los ríos” (Cant 8,6-7). Con estas célebres imágenes viene descrito en el Cantar de los Cantares la fuerza irresistible del amor. Corre un serio riesgo –lo sabemos– el que se deja envolver en una relación afectiva: el amor presupone la libertad e implica la posibilidad del rechazo y del fracaso. Forman parte también del juego los celos, los tormentos, las ansias, el temor al abandono y todas aquellas emociones que solemos llamar penas de amor. “He sido herida por el Amor”, repite la esposa del Cantar (25,5; 5,8).

 

Dios ha querido correr este riesgo: ha aceptado hacerse débil y ha tenido en cuenta también la posibilidad de la derrota. Lo hemos siempre imaginado omnipotente, pero tratándose del amor esta prerrogativa no forma parte de las reglas del juego. Este término nunca es atribuido a Dios en le Biblia, y con razón, porque desde que ha creado el universo con sus leyes y ha dado vida a la persona libre, ha voluntariamente restringido su poder. Es lo que los rabinos llamaban la: contracción, escondimiento, auto-limitación de Dios. 

 

Dios no puede forzar, debe conquistar a la persona amada. Si jugara con el efecto miedo, si amenazara con castigos habría perdido la partida, cosecharía no amor sino hipocresía. En Jesús, Dios ha experimentado más de una vez el fracaso. Jerusalén no ha correspondido a su amor: ¡Jerusalén, Jerusalén, cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas; y tú no quisiste! (Lc 13,34); en Nazaret no pudo realizar ningún prodigio (cf. Mc 6,5-6); el joven rico lo rechazó (cf. Mt 19,16-22). 

 

En el libro del Apocalipsis, Dios no es llamado omnipotente, sino pantocrátor, que significa: Aquel que tiene todo en sus manos. Las personas son libres de hacer sus propias jugadas, pero en el desafío del amor, es Él quien dirige el juego con incomparable maestría, y es imposible que se le escape de las manos. Ahora podemos comprender la frase de Jesús: “habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc 15,7). El gozo más grande del enamorado es la reconquista de la amada, es oírle decir: “Voy a volver con mi primer marido, porque entonces me iba mejor que ahora” (Os 2,9).

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene”.

 

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Exaltación de la Cruz – 14 de septiembre

Un símbolo frecuentemente mal entendido

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini

con el comentario para el evangelio de hoy:

 

Introducción

 

El crucifijo es un símbolo con el que los cristianos manifiestan su fe; sin embargo, durante tres siglos, intencionalmente no fue usado. Los creyentes se reconocían como tales en otros símbolos –el ancla, el pez, el pan, la paloma, el pastor– pero rehuían reconocer la cruz como símbolo porque evocaba la muerte infame de su Maestro, una muerte reservada a los esclavos y bandidos, siendo también uno de los motivos por los que los paganos se burlaban de los cristianos. 

 

Hacia el año 180 después de Cristo el polemista Celso –que conocía muy bien los relatos mitológicos en los que los dioses aparecían siempre esplendorosos y envueltos en fulgor– objetaba a los cristianos: “si el espíritu de Dios se ha encarnado en un hombre, era necesario, al menos, que este sobresaliera entre todos por su belleza corporal, su fuerza, su majestad, su voz y su elocuencia. Jesús por el contrario no tenía nada de extraordinario que lo distinguiera de los demás. Ha aparecido como un vagabundo empedernido; se le ha visto atónito y desorientado recorrer el país en medio a publicanos y marineros de mala fama. Sabemos cómo ha terminado, conocemos la traición de los suyos, la condena, la tortura, los ultrajes, los sufrimientos de su suplicio… y aquel grito que lanzó desde lo alto del patíbulo mientras expiraba”.

 

Es célebre el grafito encontrado en la escuela del Palatino donde eran educados los pajes que servían en la corte del emperador. Resale al año 200 d. C. y representa un joven en el acto de venerar a un hombre crucificado con cabeza de asno; la inscripción dice: “Alexámenos adora a su Dios”, una evidente caricatura del culto cristiano grabada probablemente por un esclavo que intentaba burlarse de un colega convertido a la nueva fe. 

 

“Nosotros anunciamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos” –había escrito Pablo (1 Cor 1,23). Pero los cristianos se resistían a traducir en un símbolo esta verdad.

 

Una fecha precisa señala el paso al culto de la cruz: el 14 septiembre del 335 d.C., día en el que se concentró en Jerusalén una gran muchedumbre de pelegrinos procedentes de todas las partes del imperio romano para celebrar la fiesta de la dedicación de la Basílica mandada a construir por Constantino sobre el lugar del santo sepulcro. Sobre la roca del Calvario el emperador había hecho colocar una maravillosa cruz incrustada de piedras preciosas para recordar el lugar del sacrificio de Cristo. 

 

Desde aquel día, la cruz se convirtió en el símbolo cristiano por excelencia; se comenzó su fabricación con metales más nobles, con incrustaciones de perlas preciosas; comenzó a aparecer por doquier: en las iglesias, en los estandartes, sobre el yelmo del príncipe, en las monedas… A lo largo de los siglos, por desgracia, de emblema del amor y signo del rechazo a toda violencia, se convirtió a veces en estandarte para imponer con la fuerza los derechos “políticos” de Dios y, frecuentemente, fue reducida a amuleto, collar, objeto mágico.

 

La fiesta de hoy quiere llevarnos al sentido auténtico de la cruz. 

 

Desde hace 17 siglos las comunidades cristianas veneran y aman este símbolo pero no lo idolatran, conscientes de que lo que hace cristiana a una sociedad no es la exhibición de crucifijos, sino la vida de los cristianos, “crucificados” y perseguidos porque se niegan a adorar el dinero y el poder, convirtiéndose, por el contrario, en constructores de paz.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Que quien encuentre a un cristiano pueda siempre ver en él al Crucificado dispuesto a donar la propia vida”.

 

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