Fiesta de la Sagrada Familia, 30 de Diciembre 2016, Año A

Una Familia que Cree

en los Sueños de Dios

 

Introducción

 

“Caza sombras o persigue vientos el que se fía de sus sueños…magia, adivinación y sueños son una falsedad” (Eclo 34,2.5). Los sueños de los hombres pueden ser también aterradores. Tendido en su lecho, Nabucodonosor es víctima de imágenes y visiones nocturnas y, para tener una interpretación, debe recurrir al profeta Daniel.

 

Los sueños de Dios son diferentes. Mateo, el único entre los evangelistas, que introduce los sueños en los relatos de la infancia de Jesús: José recibe en sueños el anuncio del ángel (Mt 1,20), los magos son avisados en sueños de no regresar a Herodes (Mt 2,12), José es advertido tres veces en sueños (Mt 2,13.19.22).

 

Estos sueños están constituidos solamente de palabras, palabras del Señor que piden ser escuchadas. Son un artificio literario, un modo de presentar la revelación de la voluntad de Dios a los dos esposos quienes, por su parte, muestran su completa disponibilidad a seguirla, prontamente y sin oponer resistencia.

 

Los problemas que la sagrada familia ha tenido que afrontar no han sido ni pocos ni simples. A diferencia de lo que a menudo sucede en nuestras familias y en nuestras comunidades donde los momentos de crisis, las dificultades y desventuras son a veces motivo de alejamiento y disgregación, en la sagrada familia de María y José los obstáculos se convierten en un estímulo al diálogo, a la unión en el servicio al débil y al necesitado, a mantener la mente y el corazón vueltos a Dios. Los dos esposos se mueven siempre juntos, han permanecido en sintonía y han sido unánimes en las decisiones.

 

El secreto de su unión: han renunciado a sus sueños y han hecho propio el sueño de Dios.

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“En la escucha de tu Palabra, Señor, nosotros descubrimos tu sueño sobre nuestras familias”.

 

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1° Lectura | 2° Lectura | Evangelio

 

Primera Lectura: Eclesiástico 3,2-6.12-14

 

3,2: Porque el Señor quiere que el padre sea respetado por los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre ellos. 3,3: El que honra a su padre alcanza el perdón de sus pecados, 3,4: el que respeta a su madre amontona tesoros; 3,5: el que honra a su padre se alegrará de sus hijos, y cuando rece, será escuchado; 3,6: quien honra a su padre tendrá larga vida, quien obedece al Señor honra a su madre; 3,12: Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras viva; 3,13: aunque su inteligencia se vaya debilitando, sé comprensivo; no lo hagas avergonzar mientras viva. 3,14: La ayuda que diste a tu padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados. – Palabra de Dios

 

 

El Eclesiástico es un libro del Antiguo Testamento que contiene muchos consejos buenos y útiles para gran variedad de situaciones de la vida. Enseña el modo de comportarse con los amigos, con los huéspedes, con las mujeres, cómo administrar el dinero, qué relación mantener con los jefes, con los siervos, con los discípulos… Una buena parte del libro está dedicada a la vida familiar, a las obligaciones del marido y de la mujer, a los deberes de los hijos para con los padres y viceversa. Puede ser útil leer pasajes bellísimos, como por ejemplo en Eclesiástico 30,1-13 y 42,9-14, aunque ciertamente algunos consejos no se pueden aplicar ya a la letra, por tratarse, por ejemplo, de métodos educativos caducos y obsoletos.

 

El autor, un cierto Ben Sirá, de quien toma nombre el libro, es un sabio rabino que vivió en el año 200 a.C.; como estudioso de la Biblia, ha asimilado su mensaje y saca consejos útiles para todos.

 

En tiempos de Jesús, el Eclesiástico, aun no figurando entre los libros santos de Israel, era usado por los maestros para educar a los jóvenes. También los cristianos lo han apreciado siempre, hasta el punto que, después de los Salmos, fue el libro mas leído de todo el Antiguo Testamento. El nombre mismo con que se conoció en el pasado, Eclesiástico, significa “libro para leerse en las iglesias”.

 

El pasaje de la lectura de hoy habla de los deberes de los hijos para con sus padres. Lo introducimos indicando el primer versículo del capítulo, aunque no forme parte de la lectura, porque nos permite comprender la identidad del autor, un padre de familia preocupado por enseñar a sus propios hijos el camino de la vida: “Escuchen, hijos míos, a su padre, háganlo y se salvarán” (Eclo 3,1).

 

Salvar en la Biblia significa “colocar en un lugar amplio y espacioso”. Lo contrario es reducir a la esclavitud, es decir, confinar (a una persona) en un lugar estrecho.

 

Instruido por la experiencia acumulada a lo largo de los años, Ben Sirá sabe que los jóvenes corren el peligro de replegarse en su propio mundo, de pensar solo en sí mismos. Así, por un malentendido anhelo de completa independencia, pueden caer en la más sutil de las estrecheces, la del egoísmo. Hay un modo para salvar de la estrechez del corazón: educarlos en el agradecimiento, abrirlos a las necesidades de los otros, sobre todo a las necesidades de aquellos de los que han recibido la vida. “Honra a tu padre de todo corazón y no olvides los dolores de tu madre; recuerda que ellos te engendraron ¿Qué les darás por lo que te dieron?” (Eclo 7,27-28).

 

El primera parte de la lectura (vv. 2-6) Ben Sirá resume en el término honrar el comportamiento que los hijos deben tener para con sus padres. Repite hasta cinco veces este verbo y lo aplica indistintamente sea al padre que a la madre. En un mundo en que la mujer era discriminada y considerada inferior al hombre, ésta era ciertamente una gran novedad. No se trata de una novedad absoluta porque Ben Sirá la ha heredado de los libros santos de su pueblo. De hecho, el primer mandamiento que aparece después de aquellos que se refieren a Dios, es: “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex 20,12; Dt 5,16).

 

El primer significado del verbo honrar, el más obvio e inmediato, es hacer honor. A los hijos se les pide conducir una vida buena, integra y correcta de modo que los padres puedan sentirse orgullosos de ellos.

 

El segundo deber de los hijos, expresado con el verbo honrar, es el de ayudar económicamente a los padres cuando se encuentran en necesidad. En tiempos de Ben Sirá, los ancianos no recibían jubilación o pensión alguna y, después de una vida de fatigas y sacrificios, se veían obligados frecuentemente a vivir en estrecheces humillantes. Ningún hijo debía soportar ver a los propios padres en situaciones semejantes.

 

Existe finalmente un tercer significado del verbo honrar. En la lengua hebrea puede significar: tener peso. Los padres deben ser honrados, deben seguir teniendo en la familia el peso que merecen. Es una experiencia dramática para las personas ancianas el sentirse marginadas, a veces incluso despreciadas, y experimentar que sus palabras, sus consejos, sus recomendaciones y sus gestos de afecto no tienen ya ningún peso, sobre todo en el entorno familiar.

 

¡Muy agradable a Dios es el amor de los hijos hacia sus padres! Prueba de ello son promesas de bendición a favor de los que cuidan del padre y de la madre. Ben Sirá enumera cinco.

 

El amor a los padres – dice – sirve de expiación o para alcanzar el perdón por los pecados (vv. 3.14). No significa que Dios reduzca el deber que le tenemos en proporción a los servicios hechos a los padres. Cuidar de los propios padres, dedicarles cariño y atención, es una oportunidad que se nos da y que no hay que dejar escapar. Hace madurar, ayuda a descubrir los verdaderos valores de la vida, nos aleja de lo efímero y del pecado.

 

El amor a los padres hace acumular tesoros delante de Dios (v. 4). Quizás para muchos sea pérdida de tiempo, pueda reducir las oportunidades de éxito y de acumular bienes en este mundo. El valor a tener en cuenta, sin embargo, no debe ser el de los hombres, sino el que concede el Señor al final de la vida.

 

Quien honra a los padres será a su vez honrado por sus hijos (v. 5). ¡Sabia sentencia! Los hijos, lo sabemos, aprenden más con los ojos que con los oídos. Ellos ven y no olvidan el comportamiento de sus padres para con los abuelos.

 

La atención de los padres hacia los hijos puede ser a veces una manifestación de amor posesivo; por el contrario, la atención a los abuelos, sobretodo cuando están necesitados de todo, nunca es equívoca; es siempre una incomparable lección de vida.

 

La oración de quien honra a sus padres será escuchada (v. 5). El amor hacia los padres produce una sensibilidad interior que acerca a Dios. Cuando falta este amor, la relación con el Señor se convierte en pura formalidad, en práctica fría y sin corazón que no interesa a Dios.

 

Finalmente, quien honra a los padres tendrá larga vida (v. 6). Solo más tarde (en el siglo II a.C.) se ha comenzado en Israel a creer en una vida después de la muerte; antes, se creía solo en esta vida terrena por lo que el sumo bien, era morir como Abrahán quien: “murió en buena vejez, colmado de años” (Gn 25,8). No podía faltar, por tanto, la promesa de esta bendición para quien se ocupe de sus propios padres (Dt 5,16; Ex 20,12).

 

En la segunda parte de la lectura (vv. 12-14) viene sugerido el comportamiento a tener con los padres ancianos. Puede suceder que la debilidad no solo les afecta físicamente sino también mentalmente. Cuidar de quien ha perdido la memoria, de quien repite siempre las mismas frases aburridas y, a veces, inclusive ofensivas, es muy pesado; sin embargo, ese es el momento de manifestar hasta el fondo el propio amor.

 

La lectura habla solo de los deberes de los hijos, y se comprende que sea así porque…Ben Sirá era ya un anciano cuando escribió estas líneas. Los hijos, por su parte, es normal que piensen que algunos consejos no les vendrían mal a sus padres porque – lo sabemos – no siempre son ejemplares. ¿Han de ser honrados igualmente?

 

El amor verdadero es siempre gratuito y sin condiciones. No se ama a una persona porque es buena, sino que se la hace buena amándola. Si esto es válido para todos, es válido sobre todo para nuestra relación con nuestros padres. Amarlos no significa favorecer sus defectos y límites o satisfacer sus caprichos, sino comprenderlos y ayudarlos. No se “honra” a los padres si no se intenta hacerles superar ciertos comportamientos ambiguos, ciertos hábitos antipáticos o modos de hablar poco corteses.

 

Ante situaciones que no tienen remedio…solo queda la paciencia.

 

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Segunda Lectura: Colosenses 3,12-21

3,12: Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 3,13: sopórtense mutuamente; perdónense si alguien tiene queja de otro; el Señor los ha perdonado, hagan ustedes lo mismo. 3,14: Y por encima de todo el amor, que es el broche de la perfección. 3,15: Y que la paz de Cristo dirija sus corazones, esa paz a la que han sido llamados para formar un cuerpo. Finalmente sean agradecidos. 3,16: La Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza; instrúyanse y anímense unos a otros con toda sabiduría. Con corazón agradecido canten a Dios salmos, himnos y cantos inspirados. 3,17: Todo lo que hagan o digan, háganlo invocando al Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. 3,18: Esposas, hagan caso a sus maridos, como pide el Señor. 3,19: Maridos, amen a sus esposas y no las traten con aspereza. 3,20: Hijos, obedezcan a sus padres en todo, como le agrada al Señor. 3,21: Padres, no hagan enojar a sus hijos, para que no se desanimen.Palabra de Dios

 

 

El vestido es importante: nos diferencia de los animales que van desnudos, y es como la prolongación de nuestro cuerpo. Revela nuestros gustos y sentimientos, muestra si estamos alegres o de luto, si es un día de fiesta o laborable. No puede ser impuesto porque cada uno tiene el derecho de elegir la imagen que desea dar de sí mismo.

 

En el lenguaje bíblico el vestido es el símbolo que exterioriza las disposiciones interiores, las decisiones del corazón.

 

El cristiano que en bautismo ha resucitado con Cristo, ha recibido una nueva vida y, por tanto no puede continuar a llevar un vestido viejo. “Despójense de la conducta pasada, del hombre viejo que se corrompe con sus malos deseos; renuévense en su espíritu y en su mente; y revístanse del hombre nuevo” (Ef 4,22-24), recomienda Pablo, quien se sirve frecuentemente de la misma imagen: “revístanse de Jesucristo” (Rom 13,14), “están revestidos de Cristo” (Gal 3,27). La retoma de nuevo en la Carta a los Colosenses: “revestirse del hombre nuevo” (Col 3,10), desarrollando el tema en los versículos siguientes. Es ésta nuestra lectura de hoy.

 

En la primera parte (vv. 12-15), Pablo hace un elenco de las características del vestido nuevo del cristiano: “Revístanse de sentimientos de profunda compasión, de amabilidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; sopórtense mutuamente; perdónense si alguien tiene queja de otro”. La calidad extraordinaria de la tela de este vestido, la describe Pablo a través de las siete características que enumera en la lectura, a cual más preciosa; se diría que es difícil encontrarlas todas en una persona.

 

Pero aún no está completa la descripción que hace el apóstol del atuendo del cristiano. Faltaba ceñirse con un vínculo que de un tono final de elegancia y refinamiento a todo el conjunto: la caridad. Ésta no se reduce a mero sentimiento, sino que se manifiesta en una constante actitud de servicio al hermano, en la disponibilidad y prontitud a sacrificarse por él.

 

Este “vestido” precioso no está reservado solo a algunos. Todo cristiano lo debe llevar; es igual para todos, hombres y mujeres, sacerdotes, religiosas y laicos; se usa de noche y de día, no podemos quitárnoslo nunca.

 

En la parte central de la lectura (vv. 16-17) están indicados algunos medios para mantener o restaurar la armonía entre los miembros de la familia.

 

“La palabra de Cristo habite en Uds. con toda su riqueza” (v. 16). Es una invitación a meditar juntos el evangelio. La familia que con regularidad llega a encontrar un momento para dedicarlo a la lectura de una página del evangelio, pone bases sólidas para llegar siempre a un acuerdo y para tomar decisiones iluminadas.

 

“Instrúyanse y anímense” (v. 16). Cuando el acuerdo es el resultado de haber elegido la palabra de Cristo como punto de referencia, es siempre posible el diálogo constructivo. Y así, los consejos y observaciones no se interpretarán como intromisiones indebidas, como un meternos en lo que no nos importa, sino como lo que deben ser: manifestaciones de preocupación afectuosa por la persona que se ama.

 

“Cantando a Dios himnos y cantos espirituales”

 

¡Cuántas intuiciones y cuántas estrategias ponemos en práctica para obtener que en nuestras familias reine la confianza mutua, la calma y la concordia! Pablo sugiere su estrategia: la oración en familia.

 

En la tercera parte de la lectura (vv. 18-21), Pablo aplica la ley del amor a las relaciones entre los miembros de la familia cristiana. Dice, sobre todo a las mujeres, que deben estar sometidas a sus maridos, luego recomienda a éstos de amar a sus mujeres.

 

En general a las mujeres no les gusta para nada este lenguaje de Pablo y se preguntan por qué no dice igualmente a los maridos: “sométanse a vuestras mujeres”.

 

Es obligatorio reconocer que las mujeres tienen a veces buenas razones para lamentarse; de todas formas hay que saber lo que Pablo quiere realmente afirmar. Es verdad que no usa para los maridos la palabra servir, sino que emplea otra que significa exactamente la misma cosa amar. ¿Acaso “amar” para un cristiano no significa “convertirse en siervo”? El Maestro ha dictado a sus discípulos, mujeres y hombres por igual, la norma que debe orientar los comportamientos: “Quien quiere ser el primero que se haga sirviente de los demás. Lo mismo que el Hijo del hombre no vino a ser servido sino a servir” (Mt 20,27-28).

 

El versículo conclusivo de Pablo recomienda a los hijos la obediencia. A diferencia de Ben Sirá, el apóstol tiene también una palabra para los padres: estén atentos a no caer en el autoritarismo que no educa, sino que produce rigidez, desconfianza y exaspera a los hijos.

 

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Evangelio: Mateo 2,13-15.19-23

 

2,13: Cuando se fueron, un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: —Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y quédate allí hasta que te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. 2,14: Se levantó, todavía de noche, tomó al niño y a su madre y partió hacia Egipto, 2,15: donde residió hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que anunció el Señor por el profeta: De Egipto llamé a mi hijo. 2,19: A la muerte de Herodes, el ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto 2,20: y le dijo: —Levántate, toma al niño y a su madre y regresa a Israel, pues han muerto los que atentaban contra la vida del niño. 2,21: Se levantó, tomó al niño y a su madre y se volvió a Israel. 2,22: Pero, al enterarse de que Arquelao había sucedido a su padre Herodes como rey de Judea, tuvo miedo de ir allí. Y avisado en sueños, se retiró a la provincia de Galilea 2,23: y se estableció en una población llamada Nazaret, para que se cum­pliera lo anunciado por los profetas: —Será llamado Nazareno. – Palabra del Señor

 

 

Un profesor de religión está hablando en una clase de escuela primaria de la huida de la sagrada familia a Egipto. Atento e involucrado en el relato, el más vivaracho de los alumnos no puede aguantarse y hace una pregunta inocente. “¿Profe, por qué el ángel no ha avisado también a los padres de los otros niños de Belén?”

 

Quien ponga esta objeción se olvida de que los primeros capítulos del evangelio de Mateo son páginas de teología y no una crónica o menos aún, una fábula.

 

En sintonía con la cultura y el modo de expresarse de su pueblo, Mateo presenta a Cristo, su identidad, su misión y su destino no mediante razonamientos abstractos, disquisiciones, fórmulas dogmáticas (como harán después los teólogos), sino a través de relatos.

 

En el pasaje de hoy viene propuesta una historia compuesta por dos escenas: la huida a Egipto (vv. 13-15) y el regreso a la tierra de Israel (vv. 19-23). Cada una de las partes se concluye con una citación bíblica.

 

Parece una historia simple, conmovedora y, por tanto, abierta a ser completada con detalles anecdóticos, llenos de gracia como los que abundan en los evangelios “apócrifos”: leones y dragones que se postran en adoración ante de la sagrada familia; bueyes, asnos y bestias de carga que transportan los escasos utensilios; las palmas que se doblan para permitir a María agarrar los frutos; las plantas medicinales de bálsamo perfumado que crecen donde han sido lavados los pañales del Santo Niño; las estatuas de los ídolos egipcios que caen a tierra hechas pedazos a su llegada…

 

El peligro es justamente este: pensar que estamos ante un relato que linda con la fábula, con final feliz. En realidad, nos encontramos frente a una página de teología redactada en forma de historia.

 

Para captar el mensaje comencemos con la cita del profeta Ósea, que concluye la primera parte: “De Egipto he llamado a mi hijo” (v. 15).

 

En la Biblia el “hijo primogénito de Dios” era Israel (Ez 4,22), el pueblo que Dios había sacado de Egipto para hacer de él su propio pueblo. Aplicando a Jesús esta expresión, Mateo invita a sus lectores a identificarlo con este “hijo”, quien está a punto de revivir la historia de su pueblo. En él está para repetirse la suerte de Israel: como habían hecho los hijos de Jacob, Jesús baja a Egipto y de allí regresa cuando el Señor lo llama de nuevo a la tierra prometida.

 

Es así como Mateo nos brinda una primera clave de lectura de todo el evangelio: Jesús ha abrazado nuestra condición de esclavitud para realizar juntamente con nosotros el éxodo hacia la libertad. El drama de Israel oprimido por el Faraón, es nuestro propio drama y Jesús ha venido a vivirlo junto a nosotros.

 

Una segunda clave de lectura se deriva del evidente paralelismo que Mateo establece entre Jesús y Moisés.

 

Antes de morir este grande libertador había asegurado a su pueblo: “El Señor, tu Dios te suscitará un profeta como yo, lo hará surgir de entre ustedes, de entre tus hermanos; y es a Él a quién escucharán” (Dt 18,15). Nació así la esperanza de un nuevo Moisés. Cuando apareció el Bautista en la otra orilla del Jordán, muchos pensaron que él era el profeta anunciado (Jn 1,21).

 

No lo era. Es Jesús el esperado libertador. Mateo expone esta verdad sirviéndose de un género literario familiar entre los rabinos de su tiempo: la “haggadah midráshica”. Dos palabras difíciles, pero que significan simplemente: un relato calcado en un texto del Antiguo Testamento, en nuestro caso calcado de la vida de Moisés. He aquí los detalles comunes a las historias de los dos personajes.

 

– Para debilitar al pueblo de Israel, el faraón impartió la orden de echar al río a todos los hijos de los hebreos (Ex 1,15-22) y Herodes hizo matar a todos los niños de Belén.

 

– Moisés fue el único que se salvó de la masacre (Ex 2,1-10) y también Jesús fue el único que se salvo.

 

– Mas tarde Moisés huyó al extranjero para evitar que lo mataran (Ex 2,15) y Jesús hizo lo mismo.

 

– Finalmente cuando murió el faraón, Dios dijo a Moisés: “vuelve a Egipto, que han muerto los que intentaban matarte. Moisés tomó a su mujer y a sus hijos, los montó en asnos y se encaminó a Egipto” (Ex 4,19-20). Son las mismas palabras que repite literalmente Mateo y que se encuentran en el evangelio de hoy (v. 20). Para resaltar mejor el paralelismo, el evangelista renuncia hasta la corrección del uso impropio del plural. Era uno solo -Herodes- quien quería matar a Jesús, pero Mateo mantiene la expresión usada a propósito de Moisés: “han muerto aquellos…”

 

– Es curioso también el hecho de que la tradición popular y los pintores hayan introducido en la historia de la huida al Egipto al asno, del que el evangelio no habla, pero que sí aparece en el relato de Moisés, prueba evidente de que nuestros antepasados ya sabían del paralelismo entre los dos personajes, Jesús y Moisés.

El mensaje que Mateo quiere dar, resulta ahora claro: el nuevo Moisés va a comenzar un nuevo éxodo.

 

Aun después de haberse instalado en la tierra prometida, Israel no había llegado a ser libre. La tierra prometida no era ningún lugar material, sino el reino de Dios. Es al reino de Dios, la verdadera tierra prometida, a donde los hombres deben ser conducidos para llegar a ser realmente libres.

 

Sirviéndose de una haggadah midráshica, Mateo señala desde el principio de su evangelio al guía, al libertador: es Jesús que entra en escena como un niño frágil e indefenso. Las fuerzas del mal parecen que están en grado de suprimirlo fácilmente, sin embargo, al final será Él, el vencedor como sucedió con Moisés. Junto a estos dos libertadores es donde se encuentra Dios.

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini con el comentario para el evangelio de hoy:

 

https://youtu.be/DVbbkztPLuo

 

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