1° Domingo de Adviento – 3 de diciembre de 2017 – Año B

Esperando su venida

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/sMMKQy0pTTo

 

Introducción

 

Un hombre noble marchó se fue a un país lejano para ser nombrado rey y volver. Llamó a diez sirvientes suyos, les entregó una gran cantidad de dinero y les encargó: Háganla producir hasta que yo vuelva” (Lc 19,12-13).

 

De esta parábola y de la incorrecta traducción de algunos dichos del Señor, como por ejemplo, “no los dejo huérfanos, volveré a visitarlos” (Jn 14,18), ha surgido la idea de que, en el día de la Ascensión, Jesús se habría despedido de sus discípulos para regresar al final de los tiempos en el esplendor de su gloria. La expresión regreso del Señor, a pesar de su uso común, se presta a malentendidos y los textos litúrgicos la evitan porque Jesús no nos ha dejado, no se ha alejado, nuestra vida no se desarrolla en su ausencia.

 

Los griegos imaginaban a Zeus imperturbable en su Olimpo feliz, más allá de las miserias humanas; siendo siempre, según el oráculo de Pausanias, “el que era, es y será”. El Dios de los cristianos es distinto, es “aquel que es, que era y el que viene” (Ap 1,8); no “el Señor que regresa”, sino el que no cesa nunca de venir. Entra, se compromete en la historia del mundo y renueva, junto con el hombre, todo lo creado: cura a los enfermos, sana las heridas causadas por el pecado, apaga los odios, predica el amor y guía el mundo “por un camino de paz” (Lc 1,79).

 

Los primeros cristianos imploraban: “¡Marana’tha: ven, oh Señor!” (1 Cor 16,22). ¡“Ven Señor Jesús”! es la invocación con que se cierra el libro del Apocalipsis (Ap 22,20)

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“¡Ven, Señor Jesús!” “¡Ven y renueva el mundo con nosotros!”

 

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1° Lectura | 2° Lectura | Evangelio

 

Primera Lectura: Isaías 63,16-17.19; 64,1-7

 

63,16: Tu Señor, eres nuestro padre, porque Abrahán no sabe de nosotros, Israel no nos conoce; tú, Señor, eres nuestro padre, tu Nombre de siempre es Nuestro Redentor. 63,17: Señor, ¿por qué nos extravías lejos de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te respete? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que te pertenecen. 63,19: Estamos como antiguamente, cuando no nos gobernabas y no llevábamos tu Nombre. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes. 64,1: con tu presencia, como fuego que prende en los sarmientos o hace hervir el agua! Para mostrar a tus enemigos quién eres, para que tiemblen ante ti las naciones, 64,2: cuando hagas maravillas que no esperábamos. 64,3: Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él. 64,4: Sales al encuentro del que practica gozosamente la justicia y tiene presentes tus caminos. Estabas enojado, y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas, y seremos salvos. 64,5: Todos estábamos contaminados, nuestra justicia era un trapo sucio; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. 64,6: Nadie invocaba tu Nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; porque nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. 64,7: Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano. – Palabra de Dios

 

 

Se encontraba el pueblo de Israel en el exilio de Babilonia. Habían pasado pocos años desde la destrucción de Jerusalén y en los deportados continuaba vivo aún el recuerdo de la humillación sufrida. Todavía llevaban impresas en los ojos las terribles escenas de aquel día de Julio del 587 a.C.: los soldados de Nabucodonosor demoliendo los muros, los palacios del rey en llamas, las mujeres con sus hijos en brazos huyendo aterrorizadas y, cual chacales detrás de leones, los edomitas que se lanzaban sobre la presa herida de muerte (cf. Sal 137,7).

 

Mientras los deportados buscaban las razones de desgracia tan grande, un poeta de ellos componía la conmovedora oración de la que se ha tomado la lectura de hoy, una de las mas bellas de toda la Biblia.

 

El pasaje se abre con una apasionada invocación a Dios: “tú eres nuestro padre, tu Nombre de siempre es Nuestro Redentor” (v. 16).

 

A diferencia de los otros pueblos, que daban normalmente el apelativo de padre a sus dioses, los hebreos eran reacios a conferir este título a su Dios. No lo llamaban padre porque no lo querían equiparar a los dioses paganos, quienes –se decía– generaban hijos e hijas y se enamoraban con frecuencia de las mujeres de la tierra (cf. Gn 6,2); y, además, porque tenían ya un padre, Abrahán.

 

Se dieron cuenta en Babilonia que ni Abrahán, ni Isaac, ni Jacob les podían socorrer. Los patriarcas tenían todas las razones para avergonzarse de sus hijos degenerados: “Abrahán no sabe de nosotros, Israel no nos conoce” (Is 63,16).

 

Es en este contexto histórico que, por primera vez en la Biblia, Dios viene invocado como padre, apelativo que después será constantemente empleado por Jesús para referirse a Dios. En los evangelios recurre al menos 184 en su boca.

 

También el término redentor es muy significativo. Se refería al familiar más cercano, a aquel a quien incumbía o sobre el que recaía la responsabilidad de rescatar al miembro de la familia que hubiera perdido la libertad por haber sido hecho prisionero o bien porque, cargado de deudas, tuvo que entregarse como esclavo a su acreedor.

 

Este deber improrrogable debía ser cumplido de dos maneras: obteniendo la suma requerida para el rescate, o bien entregándose a sí mismo en sustitución del propio familiar.

 

Después de la destrucción de Jerusalén, la situación de Israel era catastrófica: no podían contar con ningún redentor porque todos eran esclavos. No les quedaba otra alternativa que recurrir a Dios, suplicándole que asumiera la tarea de redentor.

 

Después de esta invocación inicial, la oración se vuelve lamento; “Señor, ¿por qué nos extravías lejos de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te respete?” (v. 17).

 

El interrogativo es dramático, es la expresión del enigma angustioso que los hombres de todos los tiempos se han puesto. ¿Por qué Dios, omnipotente, no impide el mal? ¿Por qué no nos libra de nuestros fallos y decisiones de muerte? ¿Por qué permite que los vicios y las pasiones nos alejen de su amor?

 

Son preguntas a las que nadie ha podido jamás dar una respuesta racional. Solamente orando es posible percibir un destello de luz.

 

Con el fin de reforzar la fe y encontrar motivos de esperanza, el autor de este estupendo pasaje vuelve su pensamiento a los tiempos pasados (64,1-3), recuerda cómo Dios ha intervenido siempre para iluminar las noches obscuras de su pueblo; vienen a su memoria, sobre todo, las noches de liberación de Egipto y concluye: “jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él” (64,3).

 

Recogidos en oración, los deportados releen la propia historia y toman conciencia de los errores cometidos: “Tu, Señor estabas enojado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos salvos… nuestras culpas nos arrebataban como el viento… y nos entregabas en poder de nuestra culpa” (vv. 4-6).

 

Esta constatación que debía llevarles al desaliento, les hace exclamar confiados: “y sin embargo Señor, tu eres nuestro padre nosotros la arcilla y tu el alfarero: somos todos obra de tu mano” (v. 7). La paz interior, la esperanza, la mirada optimista tendida hacia el futuro son las gracias obtenidas siempre por una oración bien hecha. El hombre no puede sino sentirse seguro cuando se da cuenta de encontrarse entre los brazos de un padre que se preocupa de él.

 

Leído a la luz de toda la revelación bíblica, el relato de los exiliados en Babilonia es una imagen de las desventuras a que, inevitablemente, va al encuentro quien escoge caminos que alejan de Dios. Desilusión, soledad, vergüenza, infelicidad son las amargas consecuencias del pecado.

 

¿Por qué Dios no interviene para impedir que cometamos errores? He aquí la pregunta que también nosotros nos planteamos.

 

Desde que creó al hombre libre, Dios no es más omnipotente. Ya los rabinos habían tenido esta intuición y hablaban del zimzum (autolimitación) de Dios: en cierta manera –sostenían– él ha restringido su propio poder, arriesgándose a recibir un humillante “no” de su criatura.

 

Pero el amor “es mas fuerte que la muerte, la pasión mas poderosa que el abismo” (Cant 8,6), no se resigna jamás a la derrota. Dios, que ha contado también con nuestros rechazos, se ve obligado, en razón de su amor, a continuar buscándonos. No puede imponerse, no puede eliminar nuestra voluntad, pero es tan incontenible su pasión que –afirmaba Edith Stein– es “infinitamente inverosímil” que Dios, aun en un solo caso, pueda salir derrotado para siempre.

 

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Segunda Lectura: 1 Corintios 1,3-9

 

1,3: Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. 1,4: Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes, por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús. 1,5: En efecto, por él han recibido todas las riquezas, las de la palabra y las del conocimiento. 1,6: El testimonio sobre Cristo se ha confirmado en ustedes, 1,7: por eso mientras aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesús[cristo], no les falta ningún don espiritual. 1,8: Él los mantendrá firmes hasta el final para que en el día de nuestro Señor Jesucristo sean irreprochables. 1,9: Porque Dios es fiel y Él los llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. – Palabra de Dios

 

 

Son los versículos con que comienza la primera Carta a los corintios, escrita por Pablo a una comunidad que había acogido con entusiasmo el evangelio pero que, después, cediendo a las lisonjas del paganismo, había recaído en los antiguos vicios. El Apóstol estaba al corriente de estas miserias morales y, en el relato de la carta, emplea un lenguaje dulce y elegante con el que pone de relieve las maravillas realizadas por la gracia de Dios, reconoce que los corintios han sido enriquecidos con todos los dones espirituales, los de la palabra y con los dones del conocimiento (v. 5).

 

Sorprende que no se haga referencia a las virtudes y cualidades más importantes, a la fe, a la esperanza y a la caridad que brillaban entre los tesalonicenses (cf. 1 Tes 1,3) o a la generosa dedicación a la causa del evangelio en que destacaban los filipenses (cf. Fil 1,5). Veladamente, Pablo hace que los corintios se den por enterados de que no todo es perfecto en su comunidad y que la gracia de Cristo podría obtener resultados mejores si existiera una mayor correspondencia por parte de ellos. El replegarse sobre las realidades de este mundo les ha hecho olvidar la espera del Señor que viene.

 

En la segunda parte del pasaje (vv. 6-9) el Apóstol les recuerda esta verdad: “Esperen la manifestación de nuestro Señor”. Es consciente de la fragilidad espiritual de sus cristianos, pero está también convencido de que, no obstante sus debilidades, Dios llevará a cumplimiento la obra iniciada, pues su fidelidad no está condicionada por la respuesta del hombre. Si ha llamado a los corintios a la salvación, continuará acompañando su crecimiento espiritual hasta introducirlos en la gloriosa comunión con Cristo.

 

Esta afirmación no es expresión de optimismo ingenuo y superficial, sino la invitación a cultivar la esperanza cristiana que se funda en la gratuidad del amor de Dios.

 

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Evangelio: Marcos 13,33-37

 

13,33: ¡Estén atentos y despiertos, porque no conocen el día ni la hora! 13,34: Será como un hombre que se va de su casa y se la encarga a sus sirvientes, distribuye las tareas, y al portero le encarga que vigile. 13,35: Así pues, del mismo modo ustedes, estén prevenidos porque no saben cuándo va a llegar el dueño de casa, si al anochecer o a media noche o al canto del gallo o de mañana; 13,36: que, al llegar de repente, no los sorprenda dormidos. 13,37: Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: ¡Estén prevenidos! – Palabra del Señor

 

 

Estén atentos y despiertos son las palabras claves de este pasaje. Se repiten con una insistencia casi excesiva: “estén atentos y despiertos” (v. 33), “y al portero le encarga que vigile” (v. 34), “así pues estén atentos” (v. 35), “se lo digo a todos: ¡Estén atentos”! (v. 37).

 

La recomendación a la vigilancia es tan importante que Jesús la confirma con una comparación: “será como un hombre que se va de su casa y se la encarga a sus sirvientes, distribuye las tareas y al portero le encarga que vigile” (v. 34).

 

No se percibe de inmediato la conexión de la parábola con cuanto sigue: “estén prevenidos porque no saben cuando va a llegar el dueño de la casa” (v. 35). La invitación a vigilar se dirigía primeramente solo al portero (v. 34), después es extendida a todos (v. 35). Se trata de una pequeña incongruencia debida probablemente al hecho de que Jesús había dirigido la parábola a sus discípulos para recordarles el deber de custodiar y hacer fructificar los tesoros que él les había encomendado antes de regresar al Padre. Seguidamente el evangelista ha pensado incluir a todos los miembros de sus comunidades para llamarlos a la vigilancia en la espera de la venida del Señor.

 

¿Qué significa vigilar? ¿Por qué se insiste en la noche? ¿Por qué el dueño, en vez de venir de día, llega de improviso cuando ninguno le espera? ¿A quién representa el portero? ¿Quién es el dueño? ¿A dónde ha ido? ¿Qué poderes ha dejado a sus servidores?

 

Para responder a estas preguntas que nos introducirán en el mensaje de la parábola, es necesario modificar la traducción del verso 35: “Estén atentos porque no saben cuando va a llegar el dueño de la casa”. Jesús no está refiriéndose a su regreso en un impreciso y lejano futuro, sino a su constante presencia renovadora del mundo.

 

Comencemos a identificar al protagonista de la parábola. El dueño de la casa es Jesús quien, sin embargo, no se ha marchado, ha cambiado solamente la manera de estar presente entre nosotros. Ahora está más cerca de cada hombre que lo estaba cuando caminaba a lo largo de los caminos de Palestina. Habiendo entrado en el mundo de los resucitados, no está más sujeto como entonces, a los límites de nuestra condición humana. Por esto ha invitado a sus discípulos a mantener siempre viva la percepción de su presencia en medio de nosotros: “Yo estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Percepción no fácil, porque la posee solo quien tiene una mirada capaz de escrutar más allá de la densa obscuridad de la noche.

 

Es significativo el hecho de que el Señor advierta que viene durante la noche. Como un ladrón, viene cuando el mundo está envuelto “en la obscuridad”: “Si el dueño de casa supiera a qué hora de la noche va a llegar el ladrón, estaría vigilando y no permitiría que asalten su casa” (Mt 24,43). También las diez vírgenes fueron sorprendidas mientras dormían: “a media noche se oyó un clamor, ¡Aquí está el novio, salgan a recibirlo!” (Mt 25,5-6).

 

¿Por qué tanta insistencia en el tema de la noche?

 

Los maestros de Israel enseñaban que había habido cuatro noches en la historia del mundo. La primera, en momento de la creación: no existían ni sol ni la luna y era de noche cuando Dios dijo: “Que exista la luz” (Gn 1,3). Hubo una segunda noche, aquella en la que Dios estipuló la alianza con Abrahán (cf. Gn 15). Después otra, la madre de todas las noches, aquella de la liberación de Israel, en que “El Señor veló aquella noche para sacarlos de Egipto” (Ex 12,42).

 

La cuarta es la noche que espera Israel, en la que Dios intervendrá para crear el mundo nuevo y dar comienzo a su reino.

 

Cuando el Nuevo Testamento habla de la venida del Señor durante la noche, se refiere a esta cuarta noche. Es nuestra noche, el tiempo en que vivimos, tiempo que es tiniebla y obscuridad, tiempo en que las propuestas de vida que obtienen la mayoría de seguidores son las propuestas hedonistas, no las bienaventuranzas de Jesús.

 

Marcos divide esta cuarta noche, según el cómputo popular romano, en cuatro partes, puntualmente llamadas: atardecer, media noche, el canto del gallo y la mañana (v. 35), para resaltar meticulosamente la advertencia a estar alertas, a no dormitar ni siquiera un instante.

 

Quien tiene una mirada guiada por el amor, se deja interpelar por los acontecimientos y sabe acoger los signos de que las esperanzas de un mundo nuevo han comenzado a realizarse. Quien permanece vigilante, está preparado para acoger al Señor que viene y es reconocido en aquel que busca la paz, el diálogo, la reconciliación; descubierto en los pobres que, sin recurrir a la violencia, se comprometen por la justicia; visto en el extranjero que busca ayuda; abrazado en quien está solo y busca consuelo.

 

La obscuridad infunde miedo y es a veces tan densa que hasta el cristiano dotado de la más fina mirada de fe, puede perder de vista a su Señor y ser presa del cansancio, del tedio, de la inquietud. Cuando siente los párpados pesados por el sueño, debe recordar la exhortación de Pablo: “La noche (la cuarta, la última noche) está avanzada, el día se acerca” (Rom 13,12).

 

Existe un secreto para mantenerse despiertos: la oración, entendida como un constante diálogo con el Señor. Quien no reza, se adormecerá, terminará por resignarse y se adecuará, como todos, a la obscuridad de la noche que envuelve al mundo (cf. Mc 14,37-40).

 

Los siervos, otros personajes de la parábola, representan a los discípulos comprometidos en hacer realidad los proyectos de su Señor. A cada uno se le ha sido asignada una tarea, una misión que cumplir, conforme a su capacidad. Ninguno debe esperar pasivamente que el dueño realice, él solo, su obra. Los ejecutores son los siervos.

 

El portero, que debe estar más alerta que los otros, indica a aquellos que en la comunidad cristiana son los encargados de llevar a cabo los servicios más importantes, aquellos de los que depende la vida misma de la iglesia: el anuncio de la palabra de Dios, la celebración de los sacramentos, el sostén de los discípulos de fe titubeante. Estos porteros deben estar siempre más alertas que los demás: en sus pensamientos, en sus palabras, en sus decisiones de vida, están llamados a comportarse siempre como “hijos de la luz”, nunca como “hijos de las tinieblas” porque deben mantener despiertos también a sus hermanos más débiles, aquellos que corren el peligro de ser engañados por la mentalidad dominante del mundo.

 

 

Hay un video disponible por el P. Fernando Armellini
con el comentario para el evangelio de hoy:
https://youtu.be/sMMKQy0pTTo

 

Categorías: Ciclo B | 1 comentario

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Un pensamiento en “1° Domingo de Adviento – 3 de diciembre de 2017 – Año B

  1. Marco Tulio Molina

    Excelente comentario. Muy sugestivo para una reflexión personal y comunitaria.

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