Ascensión del Señor – 24 de mayo de 2020 – Año A

Un modo diverso de estar cerca

 

Un video del p. Fernando Armellini con subtítulos en Español:

 

 

Un video doblado por p. Alberto Rossa, cmf

 

Introducción

 

¿Ha cambiado algo en la tierra con la entrada de Jesús en la gloria del Padre? Exteriormente, nada. La vida de la gente ha continuado a ser la misma de siempre: sembrar y cosechar, comerciar, construir casas, viajar, llorar, festejar, todo como antes. Tampoco los apóstoles se han beneficiado de ningún “descuento” respecto a los dramas y angustias experimentadas por los demás mortales. Sin embargo, algo increíblemente nuevo ha sucedido: una luz nueva ha sido proyectada sobre la existencia humana. 

 

En un día de niebla, cuando aparece el aparece de repente, las montañas, el mar, los campos, los árboles del bosque, los perfumes de las flores, el canto de los pájaros son los mismos, pero es diverso el modo de ver y percibir todo. Lo mismo ocurre a quien ha sido iluminado por la fe en Jesús ascendido al cielo: ve el mundo con ojos nuevos. Todo adquiere sentido, nada entristece, nada produce ya miedo. Por encima de las desventuras, las fatalidades, las miserias, los errores humanos, se vislumbra siempre al Señor que va construyendo su reino. 

 

Un ejemplo de esta perspectiva completamente nueva, podría ser el modo de considerar los años de la vida. Todos conocemos sin poder evitar a veces una sonrisa, a octogenarios que envidian a quienes tienen menos años que ellos, que se avergüenzan de su edad…es decir, que vuelven su mirada hacia el pasado en vez de hacia el futuro. La certeza de la Ascensión cambia totalmente esta perspectiva. Mientras transcurren los años, el cristiano tiene la satisfacción de ver acercarse el día del encuentro definitivo con Cristo. Está contento de haber vivido, no envidia a los jóvenes, los mira con ternura.

 

 

Para interiorizar el mensaje, repetiremos:

“Los sufrimientos del momento presente no son nada comparados con la gloria futura que será revelada en nosotros”.

 

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1° Lectura | 2° Lectura | Evangelio

 

Primera Lectura: Hechos de los Apóstoles 1,1-11

 

1,1: En mi primer libro, querido Teófilo, conté todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el principio 1,2: hasta el día que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. 1,3: Después de su pasión, se les había presentado vivo durante cuarenta días, dándoles muchas pruebas, mostrándose y hablando del reino de Dios. 1,4: Mientras comía con ellos, les encargó que no se alejaran de Jerusalén, sino que esperaran lo prometido por el Padre: La promesa que yo les he anunciado —les dijo—: 1,5: que Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados dentro de poco con Espíritu Santo. 1,6: Estando ya reunidos le preguntaban: Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel? 1,7: Él les contestó: —No les toca a ustedes saber los tiempos y circunstancias que el Padre ha fijado con su propia autoridad. 1,8: Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes, y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaría y hasta el confín del mundo. 1,9: Dicho esto, los apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista. 1,10: Seguían con los ojos fijos en el cielo mientras él se marchaba, cuando dos personas vestidas de blanco se les presentaron 1,11: y les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir. – Palabra de Dios

 

 

Los cruzados construyeron sobre el monte de los Olivos un pequeño santuario octogonal, convertido después en mezquita por los musulmanes en el 1.200. Un día, explicaba yo a los peregrinos que este pequeño edificio tiene hoy techo, pero que originariamente fue construido sin él como recuerdo de la Ascensión. Un gracioso del grupo comentó: “No lo tenía porque, de lo contrario, Jesús, subiendo al cielo se hubiera dado un golpe en la cabeza”. Este comentario un poco irreverente no fue del agrado de algunos de los presentes; para otros, en cambio, significó una oportunidad para profundizar en el significado de la Ascensión. 

 

A primera vista, el relato de la Ascensión corre con fluidez, pero cuando nos fijamos en los detalles, surge la perplejidad. Parece un tanto inverosímil que Jesús se haya comportado como un astronauta que despega de la tierra y se eleva al cielo para desaparecer entre las nubes. Nos encontramos, además, con algunas incongruencias difíciles de explicar. 

 

Al final de su evangelio, Lucas –el mismo autor del libro de los Hechos– afirma que el resucitado condujo a sus discípulos hacia Betania y “alzando las manos los bendijo y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él y regresaron a Jerusalén muy contentos” (Lc 24,50-53). Pasemos por alto la extraña anotación de “muy contentos” (¿quién de nosotros es feliz cuando un amigo se va?) y el problema de la localidad (Betania está un poco a tras mano respecto al monte de los Olivos). Lo que de verdad sorprende es el patente desacuerdo sobre la fecha: según Lucas 24 la Ascensión tuvo lugar el mismo día de Pascua, mientras que en los Hechos ocurrió cuarenta días después (cf. Hch 1,3). Es extraño que el mismo autor nos ofrezca dos informaciones contrastantes. 

 

Si tomamos por buena la segunda versión (la de los cuarenta días), surge natural la pregunta: ¿Qué ha hecho Jesús durante todo ese tiempo? ¿No había prometido en el Calvario al ladrón: hoy estarás conmigo en al paraíso? ¿Por qué no ha “ascendido” inmediatamente? Las dificultades enumeradas son suficientes como para sospechar que, quizás, la intención de Lucas no sea la de informarnos a cerca de cuándo y desde dónde subió Jesús al cielo. Probablemente su preocupación sea otra: quiere responder a los problemas y desvanecer las dudas que surgían en su comunidad e iluminar a los cristianos de su tiempo sobre el misterio inefable de la Pascua. Por esto, como buen literato que es, compone una página de teología, utilizando un género literario con imágenes accesibles a contemporáneos. El primer paso a dar, es comprender el género literario en cuestión. 

 

En tiempos de Jesús, la espera del reino de Dios era vivísima y los escritores apocalípticos la anunciaban como inminente. Se esperaba un diluvio purificador desde el cielo, la resurrección de los justos y el comienzo de un mundo nuevo. En la mente de no pocos discípulos se había creado un clima de exaltación, alimentado por algunas expresiones de Jesús que podían fácilmente ser malentendidas: “les aseguro que no habrán recorrido todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del Hombre” (Mt 10,23). “Hay algunos de los que están aquí que no morirán antes de ver al Hijo del Hombre venir en su reino” (Mt 16,28).

 

Con la muerte del Maestro, sin embargo, todas las esperanzas se esfumaron: “¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel!”, dirán los dos de Emaús (Lc 24,21). La resurrección reaviva las esperanzas y se difunde entre los discípulos la convicción de un inmediato regreso de Cristo. Algunos fanáticos, basándose en presuntas revelaciones, comenzaron hasta anunciar la fecha. En todas las comunidades se repetía la invocación: “¡Marana tha, ven Señor Jesús!

 

Los años pasan y el Señor no viene. Muchos comentan con ironía: “¿Qué ha sido de su venida prometida? Desde que murieron nuestros padres, todo sigue igual que desde el principio del mundo” (2 Pe 3,4). Lucas escribe en este contexto de crisis. Se da cuenta del equívoco que ha provocado la amarga desilusión de muchos cristianos: la resurrección de Jesús ha marcado, sí, el comienzo del reino de Dios, pero no el fin de la historia. La construcción del mundo nuevo acaba de comenzar y requerirá largos tiempos y el compromiso constante de los creyentes.

 

¿Cómo corregir las falsas esperanzas? Lucas introduce en la primera página del libro de los Hechos un diálogo entre Jesús y los apóstoles. Consideremos la pregunta que estos le dirigen: “¿Cuándo vas a restaurar la soberanía de Israel?” (v. 6). Era ésta la pregunta que, hacia finales del siglo l, todos los cristianos hubieran querido poner al Maestro. La respuesta del Resucitado, más que a los doce, va dirigida a los miembros de las comunidades de Lucas: ¡dejen de especular sobre los tiempos y circunstancias del fin del mundo! Esto solo lo conoce el Padre. Es mejor que se empeñen en cumplir la misión que les ha sido encomendada: ser “testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo” (vv. 7-8). Este diálogo viene seguido por la escena de la Ascensión (vv. 9-11).

 

Jesús y sus discípulos están sentados, comiendo (Hch 1,4), es decir, están en casa. ¿Por qué no se han despedido allí, después de cenar? ¿Qué necesidad había de dirigirse al monte de los Olivos? Los otros detalles: la nube, las miradas dirigidas al cielo, los dos hombres vestidos de blanco: ¿son datos de crónica o artificios literarios? Hay en el Antiguo Testamento un relato que se asemeja mucho al nuestro: se trata del “rapto” de Elías (cf. 2 Re 2,9-15). Un día, el gran profeta se encontraba con su discípulo Eliseo junto al Jordán. Éste, sabiendo que su Maestro estaba a punto de partir, se atreve a pedirle en herencia dos tercios de su espíritu. Elías se lo promete, pero con una condición: si me ves cuando sea arrebato al cielo. De pronto, aparece un carro tirado por caballos de fuego y, mientras Eliseo mira al cielo, Elías es arrebatado hacia lo alto en un torbellino. Desde ese momento, Eliseo recibe el espíritu del maestro y es habilitado para continuar su misión en este mundo. El libro de los Reyes contará después las obras de Eliseo: serán las mismas que ha realizado Elías. 

 

Es fácil señalar los elementos comunes con el relato de los Hechos, lo cual nos lleva a la siguiente conclusión: Lucas se ha servido de la escenografía grandiosa y solemne del rato de Elías para expresar una realidad que no puede ser verificada por los sentidos ni adecuadamente descrita con palabras, a saber, la Pascua de Jesús, su Resurrección y su entrada en la gloria del Padre. La nube indica en el Antiguo Testamento la presencia de Dios en un cierto lugar (cf. Ex 13,22). Lucas la emplea para afirmar que Jesús, el derrotado, la piedra desechada por los constructores, aquel cuyos enemigos hubieran preferido que quedara para siempre prisionero de la muerte, ha sido acogido por Dios y proclamado Señor. Los dos hombres vestidos de blanco son los mismos que aparecen junto al sepulcro el día de Pascua (cf. Lc 24,4). El color blanco representa, según la simbología bíblica, el mundo de Dios. Las palabras puestas en boca de los “dos hombres” son la explicación dada por Dios a cerca de los acontecimientos de la Pascua: Jesús, el Siervo fiel, matado por los hombres, ha sido glorificado. Sus palabras son verdaderas (siendo dos, su testimonio es digno de fe). 

 

Finalmente: la mirada dirigida al cielo. Como Eliseo, también los apóstoles y los cristianos del tiempo de Lucas se quedan contemplando al Maestro que se aleja. Su mirada indica el deseo de su regreso inmediato para que, después de un breve intervalo, continúe su obra interrumpida. Pero la voz del cielo aclara: no será él a llevarla a cumplimiento, serán ustedes. Lo harán, están capacitado para ello porque han pasado con él cuarenta días (en el lenguaje del judaísmo era el tiempo necesario para la preparación del discípulo) y han recibido el Espíritu. Para los apóstoles, como para Eliseo, la imagen del “rapto del maestro” indica el traspaso de poderes.

 

Ya en tiempos de Lucas había cristianos que “miraban al cielo”, es decir, que consideraban la religión como una evasión, no como un estímulo a comprometerse concretamente para mejorar la vida de los hombres. A éstos, Dios les dice: “¿Qué hacen ahí mirando al cielo?”, es en la tierra donde tienen que dar prueba de la autenticidad de su fe. Jesús regresará, sí, pero esta esperanza no debe ser una razón para que se desentiendan de los problemas de este mundo. Bienaventurados serán aquellos siervos a quienes el Señor encontré, a su regreso, comprometidos en el trabajo por los hermanos (cf. Lc 13,27).

 

¿Ha subido Jesús al cielo? Ciertamente sí, pero decir que ha subido al cielo es lo mismo que decir que ha resucitado, que ha sido glorificado, que ha entrado en la gloria de Dios. Su cuerpo, es verdad, ha sido colocado en el sepulcro, pero Dios no ha tenido necesidad de los átomos de su cadáver para formar aquel “cuerpo de resucitado” que Pablo llama: “cuerpo espiritual” (1 Cor 15,35-50).

 

Cuarenta días después de la Pascua no ha tenido lugar ninguna ascensión espacial, no ha habido ningún “rapto” hacia el cielo desde el monte de los Olivos. La Ascensión ha tenido lugar en el instante mismo de la muerte, aunque los discípulos hayan comenzado a entender y a creer solamente a partir del “tercer día”. 

 

El relato de Lucas es una página de teología, no el reportaje de un cronista. El evangelista nos quiere decir que Jesús ha atravesado, el primero, el “velo del templo” que separaba el mundo de los hombres del mundo de Dios y ha mostrado cómo todo lo que acontece en la tierra: éxitos y fracasos, injusticias, sufrimientos e incluso los acontecimientos más absurdos, como una muerte ignominiosa, no están fuera del proyecto de Dios. La Ascensión del Señor significa todo eso. No debemos extrañarnos, entonces, de que haya sido saludada por los apóstoles con gran alegría (Lc 25,52).

 

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Segunda Lectura: Efesios 1,17-23

 

1,17: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la gloria, les conceda un Espíritu de sabiduría y revelación que les permita conocerlo verdaderamente. 1,18: Que él ilumine sus corazones para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, la espléndida riqueza de la herencia que promete a los consagrados 1,19: y la grandeza extraordinaria de su poder a favor de nosotros los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa; 1,20: poder que ejercitó en Cristo resucitándolo de la muerte y sentándolo a su derecha en el cielo 1,21: por encima de toda autoridad y potestad y poder y soberanía, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este mundo como en el venidero. 1,22: Todo lo ha sometido bajo sus pies, y lo ha nombrado, por encima de todo, cabeza de la Iglesia, 1,23: que es su cuerpo y plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas. – Palabra de Dios

 

 

Pablo pide a Dios la sabiduría para sus cristianos. No se trata de una sabiduría humana, sino de una inteligencia para comprender el misterio de la iglesia. Pide a Dios iluminar los ojos de sus corazones para que comprendan cuán grande es la esperanza a la que han sido llamados. 

 

La primera lectura invitaba a los cristianos a no desentenderse de los deberes concretos de este mundo. La segunda completa este pensamiento y nos invita a no olvidar que nuestras vidas no están limitadas por horizonte de este mundo, porque, aunque inmersos en las actividades de esta vida, están siempre a la espera de que Cristo regrese con el fin de llevarnos definitivamente con él. 

 

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Evangelio: Mateo 28,16-20

 

28,16: Los once discípulos fueron a Galilea, al monte que les había indicado Jesús. 28,17: Al verlo, se postraron, pero algunos dudaron. 28,18: Jesús se acercó y les habló: —Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra. 28,19: Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos, bautícenlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, 28,20: y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo. – Palabra del Señor

 

 

Mateo no describe la Ascensión como lo hacen los Hechos de los apóstoles, sin embargo, sirviéndose de imágenes diferentes, trasmite el mismo mensaje. A diferencia de Lucas y Juan, coloca el encuentro con el Resucitado no en Jerusalén sino en Galilea. Esta ambientación geográfica contiene un mensaje teológico: el evangelista quiere afirmar que la misión de los apóstoles comienza allí donde había comenzado la del Maestro. 

 

Galilea era una región despreciada. A causa de las frecuentes invasiones procedentes del norte y del este, estaba habitada por una población heterogénea, consecuencia de la mezcla de razas. Isaías la designa como “territorio de los Gentiles”, es decir, de los paganos (cf. Is 9,1). Los judíos ortodoxos la miraban con sospecha y desconfianza. A Nicodemo, que tímidamente intentaba defender a Jesús, los fariseos de Jerusalén le objetaron: “Estudia y verás que de Galilea no salen profetas” (Jn 7,52). Es justamente a estos casi-paganos a quienes ahora está destinado el evangelio, quiere decir Mateo. Jerusalén, la ciudad que ha rechazado al Mesías de Dios, ha perdido el privilegio de ser el centro espiritual de Israel. 

 

El encuentro con el Resucitado tiene lugar en el monte (v. 16). Comentando el evangelio del segundo domingo de Cuaresma, habíamos aclarado el significado bíblico del monte: era el lugar de las manifestaciones de Dios. En la cima de la montaña se había manifestado a Moisés y Elías. Mateo emplea frecuentemente esta imagen: coloca a Jesús en el monte cada vez que enseña o realiza un gesto particularmente importante. 

 

Si se tiene presente este hecho, se comprenderá el significado de la escena narrada en el pasaje de hoy: el envío al mundo de los discípulos es un acontecimiento decisivo. Y solamente está capacitado para llevar esta misión, quien haya tenido en el monte la experiencia del Resucitado y asimilado su mensaje. La anotación: “al verlo se postraron, pero algunos dudaron” (v. 17) no deja de ser sorprendente. ¿Cómo podían tener aún dudas si habían encontrado al Resucitado el día de Pascua? 

 

Desde el punto de vista de la catequesis, este detalle es muy indicativo. Para Mateo la comunidad cristiana no está compuesta por gente perfecta, sino por personas en las que el bien y el mal, las luces y sombras siguen estando presentes. Esta es la situación que encontramos entre los primeros discípulos: tienen fe, pero permanecen las dudas e incertidumbres. Es posible creer en Cristo y seguir teniendo dudas. Imposible es lo contrario: no puede existir la fe junto a la evidencia. No se puede “creer” que el sol “exista”: hay certeza, se puede ver, son científicamente verificables los efectos de su luz y de su calor. En el campo de la fe esta evidencia es imposible. Como los apóstoles, también nosotros estamos profundamente convencidos de la verdad de la resurrección de Cristo, pero es imposible demostrarla.

 

 

En la segunda parte del pasaje (vv. 18-20), viene presentado el envío de los apóstoles a evangelizar el mundo entero. Durante su vida pública, Jesús los había enviado a anunciar el reino de los cielos con estas instrucciones: “No se dirijan a países de los paganos, no entren en las ciudades de samaritanos; vayan más bien a las ovejas descarriadas de la Casa de Israel” (Mt 10,5-6). Después de la Pascua, su misión se amplía, se convierte en universal. 

 

La luz se había encendido en Galilea cuando Jesús, dejada Nazaret, se establece en Cafarnaún. “El pueblo que vivía en tinieblas vio una luz intensa, a los que vivían en sombras de muerte les amaneció la luz” (Mt 4,16). Ahora su luz debe brillar en el mundo entero. Como habían anunciado los profetas, Israel se convierte en “luz de las gentes” (cf. Is 42,6).

 

El momento es decisivo y Jesús apela a su autoridad: ha sido enviado por el Padre a anunciar el mensaje de la salvación; ahora confía esta tarea a la comunidad de sus discípulos, confiriéndoles sus mismos poderes. La iglesia está llamada a hacer presente a Cristo en el mundo. Mediante el bautismo genera nuevos hijos e hijas que son inseridos en la comunión de vida de la trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Misión sublime, pero ardua. Suscita trepidación y angustia en quienes han sido llamados a llevarla a cabo. 

 

Toda vocación está siempre acompañada del miedo de la persona y de una promesa del Señor que asegura: “No temas, yo estoy contigo”. A Jacob, en viaje hacia una tierra desconocida, Dios le garantiza: “Yo estoy contigo, te acompañaré a donde vayas…no te abandonaré” (Gn 28,15); a Israel, deportado en Babilonia, declara: “Porque te aprecio y eres valioso y yo te amo…no temas, que contigo estoy yo” (Is 43,4-5); a Moisés, quien objeta: “¿Quién soy yo para acudir al faraón o para sacar a los israelitas de Egipto?”, le responde: “Yo estoy contigo” (Ex 3,11-12); a Pablo, presa del desaliento en Corinto, el Señor le dice: “No temas…que yo estoy contigo y nadie podrá hacerte daño” (Hch 18,9-10). 

 

La promesa del Resucitado a los discípulos que están a punto de dar los primeros y tímidos pasos misioneros, no puede ser distinta: “Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (v. 20). Concluye así, como al comienzo, el evangelio de Mateo: con la referencia al Emmanuel, al Dios con nosotros, nombre con el que el Mesías había sido anunciado por los profetas (cf. Mt 1,22-23). 

 

Un video del p. Fernando Armellini con subtítulos en Español:

https://youtu.be/24g1Mu7UFYw

 

Una video doblado for p. Alberto Rossa, cmf:

https://youtu.be/Bfp4TT8K8NQ

 

Categorías: Ciclo A

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