ADVIENTO

Prólogo

 

Quién está enamorado sabe que los pensamientos, sueños, fantasías, en las conversaciones siempre se vuelven a su ser querido. Todo es tedio, aburrimiento, monotonía, donde la amada no está.

 

Se convierte para nosotros la único y la buscamos por todas partes. Parece imposible amar sin ser correspondido.

 

Creer en Cristo significa enamorarse de él y descubrir que su amor por nosotros siempre ha existido y nunca nos falla, no nos abandona ni siquiera en los momentos difíciles, incluso cuando nuestro amor se ‘enfría’.

 

Se puede permanecer amigo, simpatizante, admirador de Jesús de Nazaret. Se le puede considerar el primero entre los sabios, el más santo de los hombres, el más justo entre los justos. No es suficiente. Enamorarse es otra cosa, es participar en sus sueños y compartir sus elecciones, es cae en sus brazos, creyendo sus promesas, puestas en él todas las esperanzas y expectativas.

 

«Yo sé en quién he creído» –Pablo escribe a su amigo Timoteo (2 Tim 1:12). Y no teme las contradicciones porque sabe  quien es Aquel a quien se le ha encomendado.

 

Tal vez no estamos todavía enamorados con Cristo: tenemos miedo de jugarnos la vida con su propuesta. Creemos en los valores que él ofrece, aceptamos –sí– algo, pero no todo, porque nos persigue la duda, tenemos miedo de perder la apuesta.

 

No confiamos por completo porque todavía no lo conocemos a fondo.

 

 

Solo algunos detalles no son suficientes

 

      Cuando uno se enamora de alguien se siente una irreprimible necesidad de saber todo sobre esa persona. No se contenta con saber el nombre y edad, queremos saber su historia, sus gustos, sus pasiones, sus creencias religiosas, los ideales que defiende, los valores en los que cree, los proyectos que tiene en mente y también sus limitaciones, sus debilidades.

 

Sobre Jesús, tal vez, estamos convencidos de que lo sabemos todo: recordamos que nació en Belén y vivió en Nazaret, que sus padres se llamaban María y José, que era amigo de Magdalena y que murió en el Calvario. También recordamos algunas de sus parábolas. Eso es todo.

 

Hemos aprendido algunas nociones para ser admitidos a la Primera Comunión y la Confirmación, como hemos aprendido lo básico y esencial sobre Augusto César y Carlomagno para aprobar el examen.

 

Si esto es suficiente para nosotros entonces no estamos enamorados y el Bautista podría repetirnos hoy: “En medio de ustedes está uno a quien no conocen” (Jn 1,26).

 

 

El scenario de este mundo

 

Jesús está de nuestro lado, pero no es fácil fijarnos en él: “No tenía presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas” (Is 53,2). Mucho más atractivo aparecen los rostros de las estrellas que llenan las páginas con sus fotos de la semana, y más fascinante son los personajes que aparecen en los primeros planos de los programas de televisión.

 

Seducidos por las apariencias, deslumbrados por la ilusión, por las luces del centro de atención engañosa de este mundo, sucede –sabemos– que nos podemos enamorar de la persona equivocada. Luego pasan los años, y cuando ya es demasiado tarde, te das cuenta de que habías perdido en tu juventud, estúpidamente, la oportunidad de tu vida.

 

Para cada uno de nosotros hoy Jesús podría decir, como a Felipe en la Última Cena: “¿Tanto tiempo he pasado con ustedes y aun no me conocen?”

 

 

Estar enamorados

 

La comunidad cristiana en la que hemos nacido y criado «ha sido prometida a un solo marido, Cristo, para presentarlos a él como virgen santa” (2 Cor 11,2). Quiere hacérnoslo saber. Él sabe que si se descubre su verdadera cara permanecerá seducida. Para ello, en un ciclo litúrgico de tres años, lo presenta desde cuatro perspectivas diferentes.

 

En el año ‘A’ Mateo es el encargado de hablar de Jesús Él –el rabino convertido en discípulo (Mt 13,52)– presenta el Cristo con el lenguaje a veces duro como los maestros de su pueblo. Mateo es un moralista bastante estricto, no duda en poner en boca de Jesús amenazas y condenas, al igual que los predicadores estrictos de la época. Esto hay que tenerlo presente.

 

En el año ‘B’ la tarea de hablar de Jesús está a cargo de Marcos. Este evangelista pone énfasis en la humanidad de Jesús para que nos sentimos cerca. Quiere que entendamos que comparte nuestros sentimientos, nuestras sensibilidades, nuestras pasiones, sufre como nosotros la ansiedad, el miedo, la tristeza, la ansiedad, se alegra con la ternura y afecto y sufre delirios de abandono y traición. Muy similar a nosotros, excepto en el pecado (Heb 4,15).

 

En el año ‘C’, Lucas –el evangelista sensible y atento a las necesidades de los pobres– se destaca los episodios en los que uno ve la ternura de Jesús hacia los últimos, los marginados, los excluidos, los pecadores.

 

Juan, el cuarto evangelista, está presente durante los tres años, sobre todo en tiempos de Cuaresma y Pascua y nos enseña que Jesús es el pan que ha bajado del cielo, la luz del mundo, la fuente de la que brota el agua viva.

 

Hay cuatro ángulos diferentes y complementarias, todos necesarios “para que se sientan animados u y unidos en el amor; para que se colmen de toda clase de riquezas de conocimiento y así comprendan el secreto de Dios, que es Cristo” (Col 2,2).

 

A un ciclo litúrgico seguirá otro, luego otro, hasta que el buen Dios nos deje en esta tierra. Los cuatro evangelistas nos ayudarán a captar todas las características del rostro de Cristo, nos harán descubrir los más fascinantes detalles. Un día exclamaremos con alegría: «Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te ven mis ojos” (Job 42,5). Será el día en que nos sentiremos realmente enamorados de él. 

 

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